El sistema electoral cubano constituye, debido a los pilares que lo sostienen, un indiscutible paradigma. La mayor de sus fortalezas es que se erige sobre un principio de amplia participación popular y, por ende, de respeto a la voluntad de ese pueblo del cual salen candidatos, autoridades electorales y lógicamente, el voto.
En los últimos meses hemos asistido a la construcción colectiva de lo que constituye sostén de nuestro sistema político: las elecciones municipales. Desde la nominación, hasta la constitución de las asambleas municipales del Poder Popular, se determina la base sólida a partir de la cual se erige la pirámide de dirección de este Estado socialista de derecho.
Cuando el pueblo nomina a sus candidatos y los elige, hace uso de un derecho supremo que garantiza su representatividad, en el seno de ese órgano que, además, designa al Consejo de la Administración Municipal y se convierte, también en nombre del pueblo, en el principal fiscalizador de esa gestión administrativa.
Todo ello exige –y así se cumple– una altísima transparencia, de permanente observancia de la ley y minucioso seguimiento a cada paso electoral; una misión que, también por mandato constitucional, corresponde al Consejo Electoral Nacional con sus estructuras a todos los niveles, hasta la mesa de cada colegio.
El escrutinio público muestra que no hay nada que ocultar ni existen manipulaciones de ninguna índole. Así, la Ley recoge una segunda, y hasta una tercera vuelta electoral, en aquellos lugares donde ninguno de los candidatos obtiene el número reglamentario de votos.
Sin campañas, sin mediación de intereses monetarios, sin estrategias que condicionen la decisión popular ni promesas canjeadas por votos, aquellos que resultan electos lo son, únicamente, porque así lo decide el pueblo.
Por más intentos que los detractores de nuestra obra social hagan para desacreditar ese sistema, una realidad se impone: los cubanos apoyan ese proceso y, de forma mayoritaria, lo demostraron el pasado 27 de noviembre. La asistencia a las urnas fue clara expresión de respaldo a la institucionalidad socialista y de reconocimiento a su validez, mucho más cuando la dureza de los tiempos reclama estrechar los lazos de unidad y fortalecer los principios que hacen de este un país noble y justo.
Cuando alguien intente cuestionarnos que esta es una Revolución con todos y para el bien de todos, este es uno de los principales argumentos que debemos esgrimir para demostrarlo.



 
                        
                        
                        
                    
 
            
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