Eran los días previos a las elecciones en Argentina, y el algoritmo de YouTube parecía no funcionar bien para mí. En esa plataforma yo suelo buscar, sobre todo, videos de historia, ciencia, literatura y finanzas; pero, de repente, mis canales favoritos dejaban de aparecer en lugar destacado.
Ciertamente, YouTube suele sugerir otros temas en primer plano; pero el asunto iba más allá de lo normal: la «estrella» cotidiana era el candidato presidencial argentino Javier Milei. Se me aparecía jugando al fútbol, paseando perros, llorando, rezando, imitando al fallecido cantante Leonardo Favio. De su contendiente Sergio Massa no llegaba nada, era como si hubiese un solo candidato a la presidencia de Argentina.
A tanta insistencia, decidí mirar de qué iban los videos. La principal promesa era cerrar el Banco Central Argentino y dolarizar la economía; también privatizar las empresas públicas, llevar al mínimo el gasto social y romper relaciones con Brasil y China. Con esto, llegaría pronto la prosperidad a Argentina.
Yo realmente pensé que no ganaría las elecciones. De entrada supuse que con un Menem, y luego un Macri, ya ese país hubiese tenido suficiente. Cómo respaldar a quien proponía implantar un capitalismo salvaje, que generaría más desigualdad, en un país donde el 40 % de la población vive por debajo de la línea de pobreza. Cómo creer a quien pretendía dolarizar la economía sin para ello contar con suficientes dólares.
El plan era, a todas luces, descabellado. Imaginen, según sus cálculos, para dolarizar la economía se necesitaban unos 40 000 millones de dólares; pero el caso es que ese país mantiene un déficit fiscal equivalente a unos 5 000 millones de dólares, mientras debe unos 44 000 millones al FMI. O sea, la Argentina adeuda más dinero que todo el que Milei pretendía poner en circulación.
A lo anterior sumemos un sensible decrecimiento de las exportaciones. El 40 % de ellas es, habitualmente, aportado por la soya y el maíz; pero estos cultivos han sido severamente golpeados por una larga e intensa sequía. Por otra parte, desde marzo de este año el país bajó aún más la calificación crediticia, dado el alto riesgo de impagos.
En fin, de algún modo Milei logró convencer a una mayoría de los argentinos de que la fuerte depreciación del peso era la causa de los males, y no consecuencia de una crisis interminable. Así, la solución era sencilla: deshacerse de «ese papel repugnante que nadie quiere tener» (SIC). Fuera el peso, vivan los dólares, y así la inflación sería tan baja como la de Estados Unidos.
Tras su victoria, yo me acordaba de la obra de Peter Weiss, Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat, en la que de forma sarcástica, este dramaturgo alemán abordaba el tema de la manipulación de masas durante la Revolución Francesa. A uno, que se le pegó la sopa, y a otro, que inútilmente intentaba pescar sin éxito, se les convence de tomar la Bastilla, creyendo uno que así tendría mejor sopa, y otro que podría lograr una mayor pesca.
La obra de Weiss provoca risa, pero no la dura situación que vive Argentina. El año pasado yo estuve en Buenos Aires y era doloroso ver numerosas familias durmiendo en las aceras, bajo un frío de diez grados, o a tantísimas personas en situación de discapacidad, rogando unas monedas para comer. La «solución» insinuada por Milei es que esos pobres siempre puedan mitigar su situación vendiendo sus órganos o alguno de sus hijos.
En fin, con una intensa operación de ingeniería social cargada de sofismas, logró capitalizar el descontento público, y, de repente, resulta que ya no romperá relaciones con Brasil; sino todo lo contario; se fortalecerán las relaciones. La nueva ministra de Exteriores ha ido personalmente a invitar a Lula a Argentina; mientras que de China no se habla.
Y tampoco se cerrará el Banco Central, y, por supuesto, la dolarización deberá esperar bastante. Ahora dice que esto se hará a mediano plazo; o sea, en un periodo próximo a los cinco años, pero sucede que él ha sido electo solo por cuatro: quién sabe si desde ya está preparando argumentos para la reelección.
En cualquier caso, Milei quizá haya implantado un récord difícil de igualar: incumplir sus principales promesas de campaña no ya antes de tomar posesión del cargo, sino, incluso, antes de su proclamación oficial en el Parlamento. Otros presidentes del mundo han dado semejantes giros, pero ninguno con tal celeridad.
Por lo pronto, hay un cambio de ánimo en YouTube, y ya no me lo sugiere tanto. He hecho una búsqueda en Google con la etiqueta «Milei incumple promesas de campaña», y en ningún medio corporativo se menciona el asunto. Lo que ahora toca es hacer ingeniería social a la inversa. Nada pasó, todo está bien: la estafa ha sido consumada.
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