ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
No solo se trata de resistir, sino también de diseñar estrategias para el desarrollo. Foto: Ortelio González Martínez

Durante más de 60 años, en materia de economía nuestro país ha tenido que jugar una suerte de ajedrez con piezas negras. Como es sabido, en ese juego las piezas blancas cuentan con la ventaja de salida, por tanto, las negras se ven obligadas a entrar en esquemas defensivos que se contrapongan al ataque adversario.

Desde luego, defenderse no significa resistir pasivamente, lo cual llevaría a la derrota por asfixia: la defensa debe ser activa, buscando ocasión para el contragolpe y las oportunidades tácticas. Y esto, precisamente, es lo que ha hecho Cuba en todos estos años: maniobrar activamente ante un contrario que nunca ha dejado de atacar con saña.

La política de bloqueo implica una persecución global de todas nuestras iniciativas de negocios, de modo que los esquemas de gestión han tenido que ser adecuados a esa circunstancia; pero no solo se trata de resistir, sino también de diseñar estrategias para el desarrollo.

En medio de semejante panorama, en enero de 2021 entró en vigor la actualización de nuestro modelo de gestión económica, que recibió por nombre Tarea de Ordenamiento. El modelo anterior, diseñado en otro momento de la historia, y que consiguió enfrentar otros desafíos, ya se había convertido en un freno que no permitía explotar de manera adecuada todas las reservas productivas internas.

Se dice que la Tarea de Ordenamiento ha generado la inflación; pero esto no es así: irremediablemente la hubiésemos tenido. Las causas principales de la actual crisis no emanan de un diseño administrativo, sino de la realidad objetiva: recrudecimiento del bloqueo, altos precios de materias primas y otros bienes de importación, y caída de ingresos en el turismo y las exportaciones como consecuencia de la pandemia, todo lo cual provoca escasez de ofertas.

También se dice que el nuevo modelo ha generado empresas irrentables, pero esto sería como culpar al termómetro de la fiebre. El uso de una doble moneda, con diferentes tasas de cambio, creaba distorsiones en el registro y control económico, lo cual enmascaraba pérdidas y no permitía un adecuado análisis de la gestión.  

Les pongo un ejemplo de esas distorsiones propias del anterior modelo. Vamos a suponer que una entidad cualquiera necesitase adquirir muebles y tuviera dos ofertas: una de producción nacional a un costo de 5 000 pesos, y otra importada a un precio de mil dólares. Las calidades serían similares: ¿Por cuál de ellas usted se decidiría?

La lógica económica indica que más barato saldría comprar los muebles de producción nacional. El cálculo es sencillo: mil dólares, multiplicados por una tasa de cambio de 25 por uno, son 25 000 pesos: de modo que los muebles importados saldrían cinco veces más caros.

Sin embargo, como para las empresas las tasas de cambio no eran de 25 pesos por un dólar, sino de uno por uno, resultaba que, bajo esa lógica –o más bien esa «ilógica»–, los muebles importados costarían solo mil pesos: cinco veces más baratos que los de producción nacional. 

Naturalmente, persisten empresas irrentables por razones ajenas a lo expuesto en el anterior ejemplo: equipamiento obsoleto, falta de financiamiento y, desde luego, también mala gestión administrativa: pero tales cuestiones no han sido generadas por el actual modelo.

Ojo, no estoy diciendo que hoy tengamos el modelo perfecto: hay que corregir desviaciones, perfeccionar el sistema impositivo, aún permanecen ciertos vacíos legales, entre otros aspectos. En cualquier caso, como apunta el destacado economista cubano Osvaldo Martínez: «Somos el antimodelo. No podemos ser modelo de nada porque nunca hemos podido hacer lo que queremos, sino lo que podíamos hacer».

O sea, ha sido como jugar un ajedrez con piezas negras; siempre al contragolpe, luchando arduamente por la iniciativa; eso sí, con inquebrantable fe en la victoria.   

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