ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Al periodo de la historia conocido como Renacimiento, se le suele representar como la luz que se hizo sobre la oscuridad de la Edad Media. En esa nueva etapa de la humanidad, las ideas antropocéntricas, con su proyección humanista, lograron imponerse sobre el teocentrismo reinante, generándose así una nueva concepción del hombre y del mundo.

El ser humano empezó a ser centro y medida de todas las cosas; su condición y bienestar, el fin absoluto de la creación. Más allá de cuestionamientos actuales acerca de esa excepcionalidad humana sobre el resto de la naturaleza, tales ideas significaron un salto enorme en relación con las del periodo precedente.

Quizá el lector, que viernes tras viernes sigue esta columna, se pregunte si hoy decidí dejar a un lado los temas económicos.

No exactamente. Si cultura es la huella que el hombre deja en la historia, también la economía forma parte de ella. De tal modo, y usando como horma la cultura, quizá sea correcto afirmar que las ideas económicas impuestas al mundo en las últimas décadas, aún permanecen en la oscuridad de la Edad Media. 

Sonará atrevida la afirmación, pero el neoliberalismo ha venido a ser una suerte de seudoreligión –con sus cultos, dogmas y mitos–, en la que la propia economía, y no el bienestar de las personas, es el centro de las cosas.

Todo cuanto signifique gasto público es «pecado»: la cultura, la salud, la educación, la seguridad social. Lo verdaderamente importante, es el crecimiento de la economía, la perfección de los indicadores macroeconómicos.

Les pongo un ejemplo. En 2008, cuando estalló la crisis financiera mundial, se desembolsaron 8,15 billones de dólares para rescatar los templos… perdón, quise decir los bancos.

Ese mismo año, según la fao, se necesitaban 30 000 millones de dólares para acabar con el hambre en el mundo. Con el dinero destinado al rescate de los bancos –que en definitiva fueron los causantes de la crisis– se hubiera podido eliminar el hambre durante 271 años.

Georges Duhamel dijo que «las grandes deudas son privilegio de la riqueza»; le faltó decir que pagarlas es «privilegio» de la pobreza. El Gobierno estadounidense otorgó un rescate de 700 000 millones para comprar la deuda tóxica de Wall Street; pero, como resultado de esa crisis, millones de personas perdieron sus casas, sus ahorros, sus empleos, y se generó una crisis alimentaria global.  

Si vamos al diccionario, veremos que las palabras deuda y culpa son sinónimos. La diferencia del neoliberalismo con otras religiones es que no expía culpas, sino que genera deudas. El año pasado, la deuda total se situó en el 238 % del Producto Interno Bruto mundial, 200 000 millones de dólares más que en 2021.

Pero «todo estará bien», nos dicen, pues la proyección del pib mundial para 2028 refleja un aumento del 34 %.

Además, las cifras muestran que la renta per cápita global ronda ya los 13 000 dólares anuales. Estadísticamente hablando, una familia de cuatro miembros tendría un ingreso promedio de 52 000 dólares al año, un «paraíso».

Desde luego, el «hereje» Bernard Shaw nos recuerda que «la estadística es una ciencia que demuestra que, si mi vecino tiene dos carros y yo ninguno, los dos tenemos uno». El caso es que hoy, según el pnud, más de la cuarta parte de las personas adultas que trabajan ganan una media de 3,10 dólares diarios, mientras las 26 grandes fortunas del mundo acumulan tanto patrimonio como los 800 millones de personas más pobres.

La abundancia prometida por los gurús del neoliberalismo ha hecho que hoy 750 millones de personas pasen hambre en el mundo. Pero ya sabemos; no hay crecimiento sin sacrificios, ni desarrollo sin ahorro, de modo que lo solución es que los hambrientos coman menos.

Para acceder a los Campos Elíseos, los gobiernos solo tendrían que cumplir con un pequeño número de dogmas: reducir el tamaño del Estado, privatizar empresas públicas, desregular mercados, incluyendo el mercado del trabajo; establecer libre flotación cambiaria, políticas monetarias y fiscales restrictivas, y ya: la riqueza caerá del cielo, porque así es «el lado correcto de la historia», el «orden basado en reglas».

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