ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Hoy les ofrezco una segunda entrega de esta columna personal que he titulado Desde mi ventana. Cada viernes, abordaré en ella temas de economía, sociedad, cultura…; y, como su nombre indica, trataré de hacerlo con «lenguaje de vecino», alejado de tecnicismos, cuya comprensión no suele estar al alcance de quien no tiene formación profesional en la especialidad.

Aunque soy graduado de Economía, con años de experiencia práctica, a esta columna accedo sobre todo por mi condición de escritor.

Es habitual que algunos intelectuales mantengan espacios de opinión en órganos de prensa, de modo que intento sumarme a una larga tradición en la que ahora mismo recuerdo a Jonathan Swift, más conocido por los viajes de Gulliver, pero que legó extraordinarios textos periodísticos repletos de ironías y sarcasmos. Aún repercute su ensayo Una modesta proposición, escrito hace unos 300 años.

Otros escritores han tenido tal desempeño en el género que, incluso, lo revolucionaron. Uno de ellos, el argentino Rodolfo Walsh –fundador de nuestra agencia Prensa Latina–, es considerado el pionero de lo que hoy da en llamarse periodismo narrativo. En otras latitudes destacan los nombres de Tom Wolfe, Truman Capote, o Gabriel García Márquez.  En nuestro país tuvimos –en realidad tenemos– a José Martí. 

Desde luego, no estoy comparándome con ellos ni tampoco aspiro a lograr tanto: solo conversar de balcón a balcón con el posible lector de esta columna; pero he recordado la tradición por dos razones fundamentales: respondo a una subjetividad propia del género, y trataré de no descuidar el estilo.

También creo oportuno aclarar que escribir para un periódico no convierte al escritor en periodista: de entrada, no cuenta con una acreditación que permita solicitar o exigir información en determinadas entidades.

En cualquier caso, hago mía una idea del escritor y político argentino Arturo Jauretche, autor, entre otros textos, de un delicioso ensayo titulado Manual de zonceras argentinas, un listado de ideas negativas sobre su propio país, que generalmente tienen los argentinos.

En fin, dijo que «en economía no hay nada misterioso ni inaccesible al entendimiento del hombre de la calle. Si hay un misterio, reside en el oculto propósito que puede perseguir el economista y que no es otro que la disimulación del interés concreto a que se sirve».

Desde el título avisé que en este ar-tículo usaría frecuentes citas. El caso es que, para mejor contextualización de lo expresado por Jauretche, parece oportuno también citar a José Luis Sampedro, destacado economista español, que abogó por una economía «más humana, más solidaria, capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de los pueblos».

Dijo: «Hay dos clases de economistas; los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que queremos hacer menos pobres a los pobres».

Quiero decir, dentro de la subjetividad, alguien puede pedirme que sea lo más objetivo posible.

Sin embargo, lo que no podrá pedirme es imparcialidad o protocolar equidistancia: soy parte de ese segundo grupo que enuncia Sampedro. No disimulo la filosofía a la que respondo.

En cualquier caso, la subjetividad no es ajena a muchos análisis económicos. Mi amigo Ernesto Estévez Rams, doctor en Física, miembro de la Academia de Ciencias de Cuba, colaborador habitual de Granma, hace unos días me comentaba que, en Física, es posible medir la incertidumbre de lo que se predice; mientras que, en economía, cuando se abordan problemas no lineales, la menor desviación puede transformarse en una incertidumbre gigantesca.

En ese sentido, se parece más al pronóstico del tiempo que a prever la trayectoria de una pelota de beisbol.

Para terminar, cito una paradójica frase del economista británico Alfred Marshall, pues en apariencia se niega a sí misma: «Toda frase breve acerca de la economía es intrínsecamente falsa».

En realidad, hay frases breves que quitan el sueño: por ejemplo, cuando eres directivo de una empresa, y el contador te dice: «Estamos en pérdidas».

Pero lo que nos quiere recordar Marshall es la complejidad inherente a esta ciencia. Una complejidad imposible de asumir en las apenas 70 líneas de que dispongo para esta columna; lo cual, obviamente, significa que en ella no habrá teoría ni puedo hacer ciencia. 

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