Son preguntas que me asaltan cuando leo los datos de una zafra o avisto desde las carreteras una chimenea de central erguida entre cañaverales tristes o francamente mustios. ¿Volverá a escalar la producción de azúcar a rangos sólidos? ¿Recuperará protagonismo la agroindustria que sostuvo durante más de dos siglos la economía cubana?
En lo que pudiera parecer una contradicción, no coinciden entre sí las respuestas que inevitablemente cavilo para una y otra interrogantes. Si del protagonismo económico se trata, no tengo dudas de las oportunidades que tiene esa agroindustria para andar boyante de nuevo en términos de renta y desarrollo. Pero ante la pregunta del azúcar en específico me cuesta trabajo superar el estilo dubitativo de Osvaldo Farrés, versionado por decenas de cantantes de renombre internacional, cuando tarareó: quizá, quizá, quizá… No me arriesgo a más, al ver lo que sucede año tras año con la zafra.
La producción azucarera no ha conseguido despegar desde que se hundió bajo las agonías de suministros del periodo especial. Los intentos por levantarse han tropezado con otras tribulaciones igual de comunes ya: las del clima. La cosecha 2017-2018 volvió a desplomarse a un mínimo de poco más de un millón de toneladas de azúcar por una sequía que se extendió durante casi tres años, rematada por el huracán Irma en septiembre del 2017 y una racha posterior de precipitaciones fuera de temporada.
Estos tropiezos se suman a la obsolescencia tecnológica de parte de esa industria y a fallos más humanos que técnicos a la hora de planificar y preparar condiciones en los centrales azucareros antes de cada molienda. Demoras, por ejemplo, para adquirir recursos o tecnologías.
La actual zafra ha empezado con mejor pie. Planea ascender a 1,5 millones de toneladas en el 2019, según informó hace unos días a la Asamblea Nacional del Poder Popular el ministro de Economía, Alejandro Gil. Pero todavía continuaría por debajo de la producción de 1,8 millones de hace dos años. Y lejos aún de la meta en torno a 4 millones de toneladas que se propuso el entonces Ministerio del Azúcar, cuando inició en el 2002 el redimensionamiento de su planta industrial.
Con estos truenos, no creo que sea la producción de azúcar la que lidere de nuevo las exportaciones y la economía de Cuba. En el 2019, el propósito cubano es exportar 912 000 toneladas a un mercado internacional que, por sobreabastecimiento desde hace varios años, registró una tendencia de precios a la baja en el 2018. La cotización actual oscila entre 11 y 12 centavos por libra en las principales bolsas.
Entonces, ¿cuál es la bendita oportunidad que le queda a este sector? La alternativa para que los cañaverales vuelvan a convertirse en tesoro de la economía no reside tanto en el azúcar crudo, como en la producción de los llamados derivados. Aunque alcanzó cierta prosperidad sobre todo en los años 80, esa línea ha conquistado más aplausos en congresos científicos y reuniones sesudas que en los hechos. Pocos han logrado estabilidad. Los rones cubanos, bien plantados en el mercado internacional, quedan como ejemplo exclusivo.
Pero si de promesas hablamos, quizá la más interesante sea la reconversión de la agroindustria azucarera como productora clave de electricidad. El programa de desarrollo de las fuentes renovables de energía hasta el 2030 reserva un papel protagónico para plantas de bioelectricidad que tendrán como materia prima el desecho de los centrales azucareros: el bagazo de la caña, y el marabú que infesta hoy los campos cubanos.
Los proyectos sueñan con 25 bioeléctricas. Con una capacidad total de 4 300 gigawatts/hora (gw/h) al año, asumirán el 14 % de la matriz energética cubana y la mayor participación en el programa de fuentes renovables de energía, que comparten con los parques fotovoltaicos, la energía eólica y las pequeñas hidroeléctricas. Entre todos cargarán con el 24 % de la matriz energética. Solo por concepto del petróleo que ahorrarán a la generación de electricidad, el beneficio será enorme.
El director de la empresa Zerus s.a., Francisco Lleó, asegura que ya tienen identificados socios y financiamiento para 11 bioeléctricas. La primera, anexa al central Ciro Redondo, de Ciego de Ávila, está a cargo de Biopower, empresa mixta de Zerus con la británica Havana Energy Limited. Debe comenzar a funcionar a fines de 2019. También avanzan proyectos para el central Jesús Rabí, de Matanzas; el Héctor Rodríguez, en Villa Clara; el central Uruguay, en Sancti Spíritus, y el 30 de Noviembre, de Artemisa.
La resurrección me parece más probable por los caminos eléctricos que a cuenta de la producción de azúcar. Cuba ha emprendido algunas compras en equipamiento para la industria y la agricultura cañera, pero le urgen inversiones para sacar a la primera del desgaste tecnológico y para revolucionar el cultivo de la caña, distante aún de la agricultura de precisión –con drones y otras maravillas técnicas– con que sueñan los científicos del Instituto Nacional de Investigaciones de la Caña de Azúcar (Inica).
Los rendimientos agrícolas, de 44 toneladas de caña por hectárea (Anuario Estadístico de la onei), se encuentran distantes de los indicadores de otros países de la región como Guatemala, Nicaragua, Brasil y México o de la media mundial, de 65 toneladas por hectárea.
La industria y la agricultura cañera necesitan ampliar el programa de inversiones para hallar respuesta más convencida que la tonada de Farrés que inmortalizaron grandes figuras: Siempre que te pregunto/Que cuándo, cómo y dónde/ Tú siempre me respondes/ Quizá, quizá, quizá…









COMENTAR
ciudadano dijo:
1
28 de diciembre de 2018
10:29:43
Zidy dijo:
2
28 de diciembre de 2018
10:35:00
Zadia dijo:
3
28 de diciembre de 2018
12:02:50
jose dijo:
4
28 de diciembre de 2018
15:05:42
Franz dijo:
5
28 de diciembre de 2018
15:08:35
EleZa dijo:
6
3 de enero de 2019
09:36:21
Responder comentario