La Habana Vieja se estremece cuando otro gigante entra majestuoso en la bahía, compitiendo en altura con los fuertes históricos que custodian la ciudad. El desembarco repentino de cientos o miles de pasajeros de cruceros comienza a ser habitual en el muelle Sierra Maestra, para felicidad de los vendedores de suvenires y de paseos en carros de museo. Las calles cercanas se ven amenazadas por la congestión de turistas durante unas horas.
El arribo de visitantes por vía marítima se ha disparado. En el 2016 llegaron a bordo de esas embarcaciones 112 000 pasajeros, casi cuatro veces la cantidad del 2015. De una veintena de buques que hizo escala en puertos cubanos, diez atracaron el año pasado por vez primera, según la Autoridad Portuaria Nacional (APN). El Ministerio de Turismo (Mintur) espera que se tripliquen estos viajeros en el actual año.
Aunque la «invasión» conmociona por su concentración en tiempo y espacio, los cruceros ya comunes en costas cubanas son de pequeño o mediano portes. La mayoría tiene capacidad para menos de 1 000 pasajeros. Incluso, el de mayor dimensión que nos ha visitado, el Norwegian Sky, con cabida para 2 000 viajeros, clasifica lejos de los barcos grandes y de los megacruceros que en el mundo transportan a más de
4 000 turistas y miles de tripulantes cada uno.
Los pronósticos más entusiastas miran a Estados Unidos, nación donde las líneas de cruceros tienen su principal mercado. La firma Boston Consulting Group estima que la llegada de estadounidenses a Cuba podría multiplicarse por siete: de 285 000 en el 2016 hasta dos millones en el 2025.
Además de ayudar a horadar el bloqueo económico de EE.UU., esta modalidad de turismo ofrece otra gran ventaja: permite incrementar la recepción de visitantes a mayor velocidad que el aumento de las capacidades de alojamiento.
Pero también plantea riesgos. El primero es que constituye un negocio más jugoso para las compañías navieras que para los países donde hacen escala los cruceros. De unos 40 000 millones de dólares de ingresos que generó esa actividad en el mundo en el 2015, solo una pequeña parte quedó en tierra. Los pasajeros suelen desembarcar por pocas horas, para tirarse fotos y comprar joyas y otros suvenires. El grueso de sus gastos lo realizan a bordo.
El Caribe recibió ese año 2 400 millones de dólares por gastos directos de los pasajeros en tierra, apenas un 6 % del ingreso global de esa industria, aunque esta región absorbe alrededor de la mitad de todo el mercado de cruceros.
En contraste, los turistas de estancia gastaron 27 600 millones de dólares en el Caribe en el 2015, a pesar de que las cifras totales de unos y otros visitantes son casi similares. Por cada dólar que deja en tierra un viajero promedio de cruceros, el otro turista gasta 11,5 dólares. Las marcadas diferencias las reporta el Center for Responsible Travel (Crest), en un estudio de próxima publicación, Lecciones aprendidas del turismo de cruceros en el Caribe, de Martha Honey y Jannelle Wilkins, y los expertos cubanos José Luis Perelló y Rafael Betancourt.
Otras investigaciones confirman una tendencia a la disminución de gastos de los pasajeros en tierra, ante el incremento de ofertas y servicios de todo tipo a bordo. Los buques están diseñados para conocer el Caribe sin pisar tierra, plantean las investigaciones del Crest.
A los países visitados les queda como alternativa, más que las ventas directas a los viajeros y los impuestos a las compañías navieras, colocar servicios y suministros de empresas nacionales en esos inmensos mercados flotantes. Un reto difícil, que exige a la par de políticas previsoras y regulaciones para atajar peligros ambientales, que no son pocos según demuestra la experiencia internacional.
Ciudades y países que se emocionaron alguna vez con el arribo masivo de cruceros temen hoy un auténtico desastre ecológico y económico. Las hordas de viajeros que desembarcan de estos buques han provocado daños ambientales y patrimoniales en la bella Venecia, y hasta la emigración de parte de la población local, cansada de una ciudad disneylandizada. En Barcelona, la cuarta ciudad más visitada por cruceros del mundo, tiende a disminuir el llamado turismo de estancia, ante el hacinamiento en lugares públicos cuando llegan las masas de cruceristas.
Además de rendir pobre beneficio económico a los países visitados, desde el punto de vista cultural tampoco gana un negocio que descansa en escalas apuradas, de uno o dos días, solo para coleccionar pruebas materiales de la visita.
A pesar de las amenazas, sería una torpeza renunciar a esa modalidad. Por encontrarse apenas en ciernes, Cuba puede desarrollarla en armonía con otras opciones del turismo. Mediante regulaciones oportunas, el país puede evitar un crecimiento descontrolado en esta modalidad y se cuidaría de desequilibrios que son tan perniciosos para el patrimonio y el ecosistema, como para la propia industria que sirve de locomotora a toda la economía.
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Joel dijo:
1
28 de julio de 2017
07:01:08
Mónica Piazza dijo:
2
28 de julio de 2017
10:14:01
Máster. Leonardo Sánchez y Lic. Gilberto Betancourt dijo:
3
28 de julio de 2017
11:10:51
Juan M. Vazquez Respondió:
28 de julio de 2017
15:25:05
jzaragosa dijo:
4
28 de julio de 2017
11:57:07
Jose R Oro dijo:
5
28 de julio de 2017
11:57:38
galileo dijo:
6
28 de julio de 2017
12:02:29
jayku dijo:
7
28 de julio de 2017
12:10:28
DiAnPeLoQue dijo:
8
28 de julio de 2017
13:10:24
NEISIS dijo:
9
28 de julio de 2017
13:44:40
Lujan dijo:
10
28 de julio de 2017
13:48:17
Rubén dijo:
11
28 de julio de 2017
14:15:14
tony dijo:
12
28 de julio de 2017
15:54:49
Armando dijo:
13
28 de julio de 2017
16:18:22
nerly dijo:
14
28 de julio de 2017
18:35:12
Fernando dijo:
15
28 de julio de 2017
19:33:26
Juan dijo:
16
28 de julio de 2017
22:36:44
MarcosGabriel dijo:
17
29 de julio de 2017
09:54:53
pablo Sosa dijo:
18
31 de julio de 2017
10:46:15
Barbara dijo:
19
31 de julio de 2017
15:51:21
pablo sosa Respondió:
1 de agosto de 2017
10:06:21
Andrews dijo:
20
23 de agosto de 2017
13:35:29
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