ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Maradona constituye un ídolo en Argentina y para muchas personas en el mundo. Foto: La Nación

«Dios en el cielo, Maradona; Messi en la tierra, Lionel, y Ángel, Ángel Di María entre ellos, para traer el mensaje de gol». Así relató Víctor Hugo Morales la segunda anotación argentina en la final de la Copa Mundial de Fútbol, celebrada en 2022. Recordó la relación de la deidad suprema, el mesías, y el emisario divino de ese país.

El triunfo por penales en el estadio Lusail, la noche del 18 de diciembre, desató una fiesta inmensa, extendida por las calles y campos de la nación sudamericana durante días y días, como si recién descubrieran la fuente de la alegría.

Sin embargo, poco más de dos años antes, el 25 de noviembre de 2020, cargó con el signo de convertirse en una fecha triste en la historia de ese territorio, cuando falleció el Diego de la gente.

La vida parecía un balón destrozado para los aficionados albicelestes y los amantes de esos colores a lo largo del planeta, pero de repente los muchachos de Lionel Scaloni refundaron los sueños con los títulos en dos Copas América, la Finalísima y el monumento levantado con la victoria sobre el desierto catarí.

¿Alguien lo duda? En tales éxitos, desde su dimensión cósmica, «el barrilete» volvía a alzar su mano y alentaba a sus dignos herederos. Ana Fernández, una de las Mujeres al Sur, me confesó una teoría de sus compatriotas: Messi solo alcanzaría la gloria con su selección cuando Maradona ya no estuviera, o los acompañara de otra manera.

Y continúa bien cerca, vigilante en las banderas ondeadas por los hinchas, en los uniformes, en las pinturas de las paredes, y en la raíz de millones de corazones, en los que habita, desde hace tiempo, gracias a sus tantos contra Inglaterra, al Mundial de 1986, a su humildad, su rebeldía frente a los poderes, y su entrega total al pueblo.

El diez, en Argentina, es sinónimo de dios y «el pelusa» sigue presente, dentro y fuera del césped, en la pelea por la justicia de su deporte, su país, y América Latina. ¿Cuántos futbolistas les cantan verdades a los dirigentes de la fifa, o asisten a jornadas de esperanza continental como él, en Mar del Plata, en 2005? Siempre eligió jugar por el Sur.

Cometió muchos errores en la conducción de su vida, menos dócil que la pelota, pero jamás traicionó a los suyos. El fervor, casi religioso, hacia su forma de eternidad trascendió los límites y sus devotos crearon la Iglesia Maradoniana.

El templo, fiel imagen de su ídolo, lejos de perseguir una vaga idea de perfección, alberga las mismas tentaciones y virtudes que forjaron a la estrella universal.

Ojalá la Tierra fuera un balón manejado por el Diego, con la música de Víctor Hugo: «genio, genio, genio, ta-ta-ta-ta-ta-ta, gooooooooool». Sus pies, sus manos, su carácter y su amor, tan profanos como humanos, lo convirtieron en dios. (j.e.a.l)

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