Hace 12 años, en estas mismas páginas, advertíamos de que, así como en la sociedad las personas se rigen por leyes generales de convivencia, en la alta competición también existe un grupo de normativas para garantizar la noble e igualitaria lucha por el triunfo; y son los jueces, árbitros y federativos o directivos, quienes tienen que velar por su cumplimiento. Esas regulaciones permiten diferenciar las acciones tolerables de las excesivas. Cumplirlas, y respaldar a quienes las hacen cumplir, es decisivo.
Entonces comentamos que nuestro beisbol arrastra multitudes en una verdadera pasión, y esa expresión popular, genuina y cultural, que nos identifica como nación, tenemos que cuidarla. En ella va un patrimonio nacional que no puede convertirse en una cámara húngara cada vez que un jugador, entrenador o directivo la emprenda contra una decisión arbitral, o contra otro pelotero. De la agresión a un estado de violencia, con consecuencias impredecibles, no media ni siquiera un milímetro.
Lo que sucedió el pasado sábado en el encuentro entre Sancti Spiritus y la Isla de la Juventud, en la 64 Serie Nacional, es inadmisible. Si no queremos ver más un batazo o un palo por la cabeza, hay que ser radical, para proteger al beisbol, al agredido, incluso al agresor.
Se trata, con medidas severas ante un hecho como el que protagonizaron, lamentablemente, dos glorias deportivas como Eriel Sánchez, mentor espirituano, y el comisario del desafío, Miguel Rojas, de cortar el mal de raíz. Si se agrede a un pelotero, adversario o no; a un árbitro, a una autoridad o a un aficionado o a un periodista, quienes también han sido víctimas de esa irracionalidad, el hecho no puede quedar impune.
Si lo dejamos pasar, si no se actúa con todo el peso del orden, haciendo respetar lo normado, mañana estaríamos dando un pésame. Les recuerdo un suceso, que también abordamos hace un tiempo: en un partido del solemne, acaudalado y casi sacrosanto tenis, el 30 de abril de 1993, entre la serbia Mónica Seles y la entonces primera raqueta del mundo, la alemana Steffi Graff, un espectador le clavó un cuchillo por la espalda a Seles, en pleno juego, alejándola de las canchas por 27 meses.
No traemos ese hecho para maximizar, mucho menos exagerar lo ocurrido en Sancti Spíritus, que pudo terminar así, o peor. Lo hacemos, porque no es la primera vez. En los estadios cubanos, ya hemos tenido verdaderas cargas al bate en nuestras series nacionales, en los terrenos y fuera de ellos, con premeditación incluida.
Lo del sábado es consecuencia de la falta de rigor. En el estadio viven Cuba y su pueblo, porque amamos el beisbol, entonces no puede admitirse que niños y jóvenes vayan a honrar a sus ídolos, y veamos a estos como si fueran bárbaros o delincuentes comunes. A ellos vamos a aplaudirlos, a disfrutarlos, a emocionarnos en un espectáculo que nos corre por las venas.
No enfrentar con la máxima exigencia este hecho, no hacerlo con entereza, aplicándole al infractor –sea quien sea– una sanción ejemplarizante, convierte en cómplices y responsables a los decisores.
No encararlo así echaría por la borda cualquier esfuerzo, que no son pocos, para sostener la temporada cubana de beisbol; y arrojaría al vacío la estrategia de desarrollo para devolverlo a los planos estelares, pues no se puede concebir esta sin orden, disciplina y organización.
A quienes se forman en el deporte de la alta competición, les regalamos la sabiduría de uno de los más grandes entrenadores deportivos del mundo: «Yo no creo en la violencia en el deporte. No creo que la guapería tenga nada que ver con el coraje, con el esfuerzo y la entrega que se ponen en pos del triunfo, mucho menos con las convicciones de victoria de un colectivo. Esa violencia o guapería no trae aparejados los argumentos de preparación, ni en el orden físico ni en el táctico. Nunca vencimos a ningún equipo porque le gritáramos o le ofendiéramos. Los respetamos a todos, por eso pudimos derrotarles».
Así hablaba, y así lo aplicó, un maestro como Eugenio George, el orfebre de las espectaculares morenas del Caribe, campeonas olímpicas tres veces consecutivas, ganadoras de campeonatos mundiales, copas del mundo, panamericanos y centroamericanos y del Caribe.
Entonces, la virilidad, la combatividad, nada tienen que ver con estas repugnantes y vergonzosas escenas de violencia.
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