ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Tomada de Facebook

Llegó a ser el mejor vallista cubano de su tiempo, en los años 50 y 60 del siglo pasado. Afortunadamente, el atletismo lo ganó como técnico. Pero como casi todos los adolescentes de esta tierra, su estreno fue en el beisbol. Había nacido en Matanzas, y llegó a jugar en una liga de nombre muy sugerente, la del Buen Vecino, que apoyaba el singular pelotero matancero Edmundo Amorós, quien jugó seis temporadas en la Major League Baseball (MLB).

Entre guantes y bates creció Lázaro Betancourt Mella, y por cuenta de esa pasión fue a parar a la escuela politécnica en la que su papá era profesor. Sucedió que por aquellos terrenos también pasaban algunos scouts, quienes le vieron madera; mas, como era menor de edad, tenía que llevarle los papeles que le habían entregado los cazadores de talento a su familia. Se trataba de una captación para las ligas negras estadounidenses, como pelotero. El padre, al ver la documentación, le dijo que lo fuera a ver a la escuela en la que él trabajaba.

Una vez allí, su progenitor le dijo: «Vete a ver al secretario». Cuando vio al funcionario llenar todos los formularios, se dio cuenta de que ninguno tenía que ver con los que le había enseñado a su padre, y descubrió que acababa de ser matriculado en aquel centro docente.

–Papá, ¿qué es esto? –preguntó.

–Usted no irá a ningún club de Estados Unidos, allí no quieren a los negros, su club será la clase de esta escuela, para que se prepare como hombre de bien –contestó el padre.

Fue una especie de hombre orquesta. Llegó un momento en que era atleta, entrenador, profesor de Educación Física y trabajador, en el Departamento de Apremio, de la Junta de Coordinación, Ejecución e Inspección (Jucei). De allí se llevó un excelso premio, porque en esa institución conoció a Eusebio Leal Spengler. Cuenta que el joven Leal era, entonces, tan inquieto como lo conocimos después en su monumental obra por La Habana y por Cuba.

Ayer Lázaro, un sabio del deporte, un pedagogo excepcional, se despidió del mundo de los mortales, después de 88 años.

Fue él, junto a otro imprescindible, el subcampeón olímpico de Tokio-1964, Enrique Figuerola, quienes ayudaron al entrenador polaco de Alberto Juantorena, Zigmunt Zabierzowski, a convencer al Elegante de las pistas para que corriera 400 y 800 metros en los Juegos Olímpicos de Montreal-1976, en los que el santiaguero ganó las dos coronas.

Cuando Juantorena logró ese doblón, aún inédito, dijo: «Siempre he dicho que todo el mérito es de mi entrenador. Yo me negué a correr los 800, le llegué a decir, aunque sin faltarle el respeto, que estaban locos, él y los directivos cubanos, Lázaro Betancourt y Enrique Figuerola, a quienes admiro y respeto muchísimo, por su sabiduría y calidad humana. Ellos fueron los primeros que interpretaron las ideas de Zabierzowski, y yo, en mi empecinamiento, obvié que, si ellos decían que sí, el equivocado no era el polaco, sino yo».

En materia deportiva, su erudición es fuente inagotable de saberes, con un profundo nivel de interpretación del hecho competitivo. Por su condición de atleta y entrenador, al propio tiempo, fue de los que alcanzaron a entender en toda su magnitud la estrategia trazada con el antiguo campo socialista europeo para el despegue del movimiento deportivo cubano. El solo hecho del concepto de que no se trataba de copiar un modelo, sino de aprender y asumir el que más se ajustaba a la Mayor de las Antillas, a partir de la insustituible y valiosísima colaboración de los entrenadores de aquellas naciones, habla de un grado superior desde el punto de vista científico.

Fue semifinalista olímpico en los 100 con vallas en Tokio-1964, miembro de la Delegación de la Dignidad, en 1966, a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Juan. Sus aportes al atletismo y al resto de las disciplinas, desde sus conocimientos, lo hicieron una referencia para quien se adentre en este apasionante mundo.

Él no nos dejará nunca, porque se pasó su vida enseñando. Siento su voz: «Recuerda que me debes un documento que te presté», me decía cada vez que, desde la altura de su apartamento, en 25 y N, le abría la puerta a cualquiera que quisiera aprender.

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Nora Betancourt Herrera dijo:

1

24 de enero de 2025

17:46:20


Excelente escrito, soy su hija verdaderamente le doy gracias a todos por tan lindas palabras y honores , simplemente gracias a todos.