ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Ernesto Garrido fue un atleta impetuoso y un excepcional entrenador. Foto: Calixto N. Llanes

Ernesto Garrido sufrió un accidente y la amputación de un pie a los 17 años; entonces, era defensor del equipo Cuba juvenil de polo acuático. Sin embargo, en un viaje a Varadero, lo esperaba una revelación: todavía podía nadar y soñar de nuevo.

Tras la vuelta a las piscinas, su entrenador, Lázaro Acosta, lo convidó a cambiar el balón y el gorro por las brazadas de la natación paralímpica. Asistió al campeonato nacional, en Ciego de Ávila, en 1990, y rebajó ampliamente el récord continental en 100 metros libres.

Integró la primera selección nacional junto a Juan Carlos Figueroa y Lázaro Brotón, y debutó en citas multideportivas en Barcelona-1992. Quebró el registro universal en las eliminatorias de 400 libre, y lo mejoró en la final, pero tres más lo superaron, por lo que concluyó cuarto.

«Perdí los espejuelos cuando me lancé y nunca más los usé. Reiteré ese puesto en los cien, y me retiré de la discusión de esa distancia en el estilo pecho, para reservarme y perseguir una medalla en los 50 libre, en la cual impuse récord del certamen en la clasificación.

«Como en mi categoría, s10, presentaba problemas en la arrancada por mi discapacidad, me preparé para salir justo y reducir mi desventaja. Recibí como premio el segundo lugar, aunque los británicos protestaron por adelantarme y relegar en el podio a Paul Noble, pero los jueces ratificaron la validez de mi ejecución. 

«Hacia Atlanta-1996 experimenté una sobrecarga en mi cantidad de kilómetros diarios, similar a un convencional, y eso mató mis fibras rápidas. En esa ciudad quedé a las puertas de las preseas en los 400 libre, pero muy lejos de mi forma óptima en 50 y cien.

«Tras dos títulos y tres platas en los Panamericanos de 1999, llegué con muchas lesiones a la instancia decisiva de 100 y 400 metros en Sidney-2000. Aunque quería incursionar en el atletismo, pues contaba con excelentes condiciones para los implementos, como la jabalina, me impidieron seguir y me retiré en 2001».

Con estudios vencidos en Cultura Física, se insertó en la piscina de su municipio, el Cotorro, para enseñar a nadar, y los propios alumnos le pidieron entrenarlos. Con discípulos de 11 y 12 años logró tres de las siete incorporaciones en la Escuela Nacional Marcelo Salado, en 2003.

«Creé, con apoyo de las autoridades locales, una academia para nadadores discapacitados. Al regreso de una misión internacionalista en Venezuela, entre 2004 y 2006, descubrí en Varadero el talento de Rafael Castillo –aunque apenas sabía moverse en el agua–, y en solo cinco meses lo convertimos en campeón panamericano en Río-2007, cita a la que asistí como segundo entrenador.

«Además, me ofrecieron la oportunidad de integrar los colectivos técnicos de las escuadras nacionales convencionales y desarrollé un tránsito relámpago entre las categorías: infantil, juvenil y la de mayores. En 2010 debuté como profesor principal al frente de los paratletas, y mantuve esa dualidad de funciones alrededor de siete años.

«En Guadalajara 2011 plasmamos la mejor actuación histórica en esas justas, con 11 medallas (6-3-2). Al año siguiente, en Londres-2012, Lorenzo Pérez repitió mi plata en 50 libres, y añadió un bronce en cien. Recuerdo los elogios de mi antiguo rival, Paul Noble, entonces comentarista deportivo, por conducir a un alumno a retomar mi legado.

«Batimos el registro universal del hectómetro en los Juegos continentales de Toronto-2015; camino a Río-2016, vencimos en las series mundiales acogidas por las urbes brasileñas, y nos etiquetaron la credencial de favoritos.

«En la competencia fundamental, aunque Lorenzo es muy disciplinado y cumple mis indicaciones, cambió el plan en los 50 metros, al intentar un ritmo imposible de sostener, y quedó fuera del podio. Sin embargo, en los cien, cuando tocó parejo en la mitad del trayecto, yo estaba seguro de su triunfo, porque contaba con el mejor cierre.

«Con vistas al Mundial de 2017, en México, nos preparamos un mes antes para la altura, apoyados por la Federación mexicana y la revista Vivir sin límites. Defendimos la candidatura en 100 metros y resultamos segundos en 50; gracias a él obtuve la medalla que me faltaba».

Los próximos torneos de renombre estuvieron marcados por calamidades de su principal pupilo: dengue antes de los Panamericanos Lima-2019 y coronavirus, con fuertes secuelas, previo a Tokio-2020. «Sufrí al ver a un atleta tan voluntarioso en condiciones lamentables. También a París-2024 llegamos muy bien en 400 metros, pero un dolor en el pecho apenas le permitió acabar».

Después de 33 años alrededor de las piscinas y ocho citas paralímpicas, Ernesto Garrido recurrió a la jubilación, aunque todavía pretende brindar su ayuda. Considera encaminado el futuro de la natación, sin embargo, las glorias venideras jamás podrán borrar su nombre, dibujado en las memorias del agua.

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