ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Pablo Ramírez logró su plata mientras Yunier Fernández avanzó a la final de tenis de mesa, en una jornada de París-2024. Foto: Comité Paralímpico Internacional

Ninguna regla define el tamaño, cada persona proyecta su estatura. Cuando me senté frente al medallista paralímpico de pesas, Pablo Ramírez Barrientos, lejos de descender unos centímetros, lo acompañé en el recuento del esfuerzo que lo elevó hasta su cima.

Con diez años, operado de las rodillas, el guantanamero viajó a La Habana para estudiar en la escuela Solidaridad con Panamá. «Allí aprendí más de la mitad de mis valores y cómo vivir sin barreras. Salí comprometido a retornar con un gran logro en cualquier esfera, y volví después de París. Todo nace en la escuela.

«Fidel inauguró ese centro educativo, nos ofreció oportunidades para desenvolvernos. No soy más revolucionario que nadie, pero defiendo su legado con los dientes, con los dedos, como pueda».

De vuelta a su origen, Pablito conquistó el ajedrez provincial; sin embargo, la fuerza muscular escribiría su destino. Luego de vencer en el gimnasio a los muchachos del barrio, incursionó en las pesas y, a los tres meses de entrenamiento, alcanzó el bronce nacional.

Guiado por Bárbaro Silva Velázquez, en la edición de 2020 impuso récord para el país de 144 kilogramos, como concursante en los 59. Derrotó al medallista panamericano Yoander Arias Borges.

«Participaría en eventos en el extranjero, pero lo impidió el coronavirus; sin embargo, no me detuvo: inventé un banquito, el Combinado Deportivo me prestó el implemento, y continué activo. En 2023 incrementé mi marca, con 145 kilogramos. Debuté en la Copa del Mundo de Veracruz, con un segundo lugar, levantando un total de 286 kilogramos.  

«Empecé en la división de 54, pero transité a 59, y mi nuevo entrenador, Ramón Martínez Martínez, me pidió bajar. No me arrepiento, aunque me dolió, porque durante tres meses y 20 días comía un mango en el almuerzo y otro en la cena, sin desayuno.

«Tras ese proceso, acudí a los Parapanamericanos Santiago-2023, con el objetivo de repetir mis 160 kilogramos, y contemplaba la posibilidad de triunfar en un empate, gracias al criterio de menor peso corporal.

«Igualé con el brasileño Bruno Carra, con un peso de 161 kilos, y en ese momento me vi con la medalla de oro, porque él pesaba más. Pero desde hacía poco, el Reglamento pasó a beneficiar a quien complete el movimiento primero, y concluí con la presea de plata».

Entre febrero de 2023 y agosto de 2024, Pablito aumentó su techo en más de 40 kilos, una cifra inconcebible, pero sin trucos de magia: «Cuando me dediqué con toda la constancia y la disciplina en la base de Granma, comencé a desarrollar mi potencial.

«Le prometí a Ramón, a inicios de 2022, convertirme en su atleta olímpico, aunque estaba difícil, pues me incorporé a mitad de ciclo. Me mentalizó para superarme en cada certamen, porque solo me quedaba la alternativa de una invitación, obligado a brindar espectáculo y posicionarme en el ranking.   

«Este año coseché ocho récords parapanamericanos. En el primer torneo clasificatorio, en mayo, la Copa Mundial de Pattaya, Tailandia, resulté subtitular con 172 kg, por encima de los dueños de las preseas en Tokio-2020. Dos semanas después, en Acapulco, mantuve ese lugar, con 177 y con 520 en la sumatoria. 

«En México nadé en una piscina, pero me relajé demasiado. Al regreso a la Isla ni podía con 170 kg y lloré, pues necesitaba el podio en la próxima contienda de Tífilis, Georgia. Faltaba como una quincena cuando me desperté enfadado conmigo mismo, y alcé 180 en dos ocasiones, y 185 en otra más. Dos jornadas más tarde lo dominé tres veces, y dije: «te tengo».

«Gané en Georgia con otros tres registros continentales: 178, 180 y 183 kilos –el más alto de 2024– y total de 541. Me ubiqué cuarto del escalafón global, y el 12 de julio anunciaron las invitaciones, con dos para América: a un peruano y a mí. En agosto partimos a la base en Pamplona, España, adonde llegué a 187 kg, y en dos oportunidades a 190. Me enfoqué en una rutina de entrenamiento y descanso.

«En el pesaje paralímpico regalé un kilogramo y me desvelé, como en la Copa de Veracruz, pero sin afectarme. Arranqué la final con 184, los jueces lo determinaron incorrecto, cuando lo creíamos válido, y mis mayores rivales se rieron. En el colectivo afloraron los nervios, pero pedí un kilo más y, ¿sabes quién levantó conmigo? Cuba entera.

«Con la medalla de plata segura, cuando el kazajo David Degtyarev, vigente monarca, subió a 186, solicité el peso inmediato, para forzarlo a 188. También consideraron un fallo mi ejecución más limpia, cuando solo podrían detectar algún detalle en mi segundo intento. Quería 190, pero el mal arbitraje exige una actuación más conservadora».

Pablo Ramírez alza en cada brazo a su familia y a su país, motivado por el deseo de ofrecer un ejemplo digno a su hija de tres años. A pesar de las adversidades, nos afirma –con sus actos y sus palabras– que «el verdadero campeón nunca se rinde».

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