
Aquella mañana, mientras me dirigía al Estadio Panamericano para un encuentro con el Sol, es decir con Robiel Yankiel, me sumergí en el drama de Guantánamo, a través de la lectura de algunas historias casi de renacer, tras el paso del huracán Oscar.
Cuando regresé de la inmersión en tantas angustias, avisé al joven sobre mi pronta llegada, pero me asustó un anuncio de Whatsapp: «Grabando audio»: pensé que suspendería la entrevista. En cambio, me pidió esperarlo, porque había entregado donaciones en la Ciudad Deportiva para la provincia más oriental de Cuba.
Convertido en el astro rey de su nombre, me volvió a despejar el día, con la alegría de la solidaridad habitante en almas como la suya, de decidida a luchar, sin emplear un segundo para reclamarle al destino.
«El deporte es mi vida, me dio las oportunidades para seguir adelante y canalizar mi energía. De pequeño cruzaba los muros de los parques y me lanzaba desde los techos. Empecé en los 50 metros pecho y libre de la natación convencional, a los siete años.
«Me inicié en el atletismo con la pértiga, pero los Juegos Escolares Nacionales requerían participar en dos eventos, y opté por el salto largo, en el que obtuve bronce, más el primer lugar en la garrocha, pero la abandoné cuando una vez caí fuera del colchón y, debido a ese accidente, me persiguen las molestias en la espalda.
«Transité al paratletismo, gracias a Irving Bustamante. En los Escolares de 2019 instauré récord para la categoría y en Túnez, en mi primer torneo internacional, clasifiqué para Tokio-2020 con registro personal de 6.77 metros, doce centímetros más que la marca exigida.
«Luego me establecí alrededor de los 7,30 metros en confrontaciones frente a convencionales. Tenía posibilidades de medallas, el oro sí me sorprendió. Llegué como un desconocido y el primer salto de 7,46 metros, el mejor en Juegos Paralímpicos, dejó a todos boquiabiertos, fue un golpe emocional para los rivales.
«Ese debut me motivó a enfocarme más en los entrenamientos, pues siempre pensé en subir a lo más alto, pero me dije: “cuando lo consiga, no me conformaré, seguir viviendo el presente y el futuro”».
Recordamos una confesión del narrador-comentarista Renier González en Tele Rebelde, a propósito de la hazaña en la capital nipona: «El día antes de mi final hablaba con mi papá por videollamada y se tomó la atribución de decirle a Renier, mientras pasaba por mi casa, que me convertiría en campeón. Le causó risa, pero lo contó cuando gané».
De la clarinada en Japón, hacia un ciclo de ensueño. «Me agrada Francia, con buena vibra en la afición, allí conquisté mi primer Mundial, con tope para el certamen de 7,63 metros, en 2023. Lo disfruté al máximo, como Kobe, en 2024.
«Yo mismo me puse la competencia difícil en mi segunda final, pues ahí no puedes buscar marcas, me solicité demasiado. Terminé incómodo conmigo mismo, pero feliz por mi nuevo título con 21 años, aunque por debajo de mi desempeño en Tokio.
«Compartir en el desfile inaugural de París-2024 con Omara Durand fue un honor, ella siempre ha sido mi guía. Después de la clausura, me aseguró que me deja la bandera para seguir su legado.
«Cada récord significa mucho, pero me emocionó más el 7,74 de Santiago-2023, porque había perdido a mi abuela menos de un mes antes. Le dediqué ese triunfo y el de París, y me falta cumplirle el de los ocho metros. Cuando andaba por los seis, ya me pedía esa cota. Con mi evolución he tratado de satisfacer sus sueños.
«En el próximo ciclo incursionaré en los cien metros. Me gusta innovar y, como en 2025 solo hay Mundial, tendré mayor margen de preparación.
«Sin mi familia y sin mi entrenador nada resultaría posible; me respaldan en las buenas y en las malas. Luis es muy muy bueno, me recibió con 16 años y 6,08 metros. Su exigencia me permite encarar cada prueba con el mismo ímpetu y nunca confiarme ni rendirme».
Robiel Yankiel Sol desearía un apodo para acompañar su salto a la inmortalidad, pero ninguna palabra lo define como su apellido, porque brilla con luz de astro para bendecir el cielo de su país.

















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