Como tantos niños en mi tiempo, deliré con un futuro de beisbolista, para entregarlo todo por mi provincia y mi país en las Series Nacionales y los Clásicos Mundiales. Mientras perduró mi embullo, y antes de ceder al convencimiento de mi inutilidad atlética, la condición de zurdo y la idolatría por un gran pelotero me enamoraron de la primera base.
Yunier Mendoza Alfonso cautivó mis sentimientos en medio de una época todavía de brillantez en los certámenes cubanos, y en un equipo Sancti Spíritus con nombres estelares como Frederich Cepeda, Yulieski Gurriel, Eriel Sánchez e Ismel Jiménez.
A través de la radio y la televisión comencé a seguir la carrera del número 18, sus acciones defensivas y, sobre todo, sus imparables por cada rincón de los diamantes, con los cuales forjó el calificativo de «la regadera trinitaria».
Una vez por año, los Gallos visitaban el estadio Fidel Claro, de mi natal municipio de Fomento. Allí asistía con mi familia para disfrutar de esa fiesta y acercarnos a nuestros héroes deportivos, aunque siempre reservaba para el Mendo mis mayores aplausos.
Con él y sus compañeros me ilusioné en cada contienda regular y lloré, como si fueran mis hermanos, ante cada nuevo naufragio a las orillas del gran anhelo en las postemporadas, después de tanto remar juntos.
El 8 de junio de 2013, una entrada bastó en el parque José Antonio Huelga para convertir un festejo incontenible en un luto clavado en lo más hondo del pueblo espirituano.
A seis outs de la final de la Serie 52, y con cinco de ventaja, diez anotaciones de Matanzas en el octavo inning destruyeron las esperanzas del elenco del Yayabo para regresar a la cima tras una larga espera.
Unos meses más tarde, con esa herida aún abierta, me enfrenté a otro de mis peores ratos: una endoscopía en el Hospital Provincial Camilo Cienfuegos. Justo antes de encarar ese desafío, encontré a mi ídolo en la instalación de Salud. Quizá esa aparición me brindó las fuerzas necesarias para resistir aquellos minutos y merecer el elogio de las enfermeras: «eres un hombrecito».
De vuelta a los terrenos, aunque él nos deleitó con su constancia y sus habilidades, nunca pudo conquistar un título con sus Gallos, y con la selección de las cuatro letras solo recibió una oportunidad en un torneo por invitación en Países Bajos, donde prendió los bates en fuego.
A pesar de los tragos amargos, desoyó los llamados de la edad para colgar el uniforme y continuó detrás de sus sueños, compartidos por miles de confidentes de su cofradía. La vida le dio muchos palos, pero él los tomó para empuñarlos en el plato y responder con su mejor lenguaje.
Su retiro nos sorprendió como la última jugada de un partido, pero ahora empieza nuestro juego: la memoria. Hoy paso de las estadísticas, porque jamás describirán los recuerdos de aquellos días cuando Yunier Mendoza salía a atrapar el tiempo en una pelota.
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