Dicen que no hay sábado sin sol ni domingo sin resplandor. Ayer fue uno de esos días en que Cuba se iluminó por el brillo de uno de sus refulgentes hijos. A él se le extraña, sobre todo en un verano como este, que nos trajo los Juegos Olímpicos de París, porque para él la victoria era un fin, no una posibilidad.
Cuando le encargaron la dirección de la escuadra nacional, en 1964, hacía solo unos días que, a los 28 años, había recibido su certificado de sexto grado. Ese, que fue su primer título, estaba pendiente desde la niñez de un muchacho pobre y negro, en una Cuba que, entonces, le tenía reservada una esquina con las manos llenas de cucuruchos de maní, o el cajón de limpiabotas, para llevar un bocado a la casa.
No fueron ni la suerte ni las coyunturas favorables las que lo hicieron imbatible. Solo habría que decir que, en la misma cantidad de años con las que llegó a su cargo, pasó por los estudios secundarios, preuniversitarios, de nivel superior y se convirtió en doctor en Ciencias Pedagógicas.
Por eso no ha nacido aún, cuando ayer cumplió sus 88, el rival que pueda vencer al padre fundador de la Escuela Cubana de Boxeo. Alcides Sagarra Carón es invencible, e hizo del mismo talante a sus boxeadores, porque transformó en ciencia todo lo que ocurre en un cuadrilátero.
Soy un suertudo, porque la vida me ha puesto muchas veces delante de él. En esos momentos no se habla, se escucha. En un día como hoy, también apagando velitas, dijo: «la Escuela Cubana de Boxeo es un centro de campeones, allí no solo se tiran golpes, allí se pasa por un proceso integral del conocimiento, que involucra al profesor y al atleta como una unidad.
«El boxeador nuestro conoce a sus rivales mediante un estudio multidisciplinario, y se conoce él, en el orden biológico, técnico, táctico, físico, pero también sicológico. Luego el preparador conduce todo ese bagaje para convertirlo en medalla, porque si bien hay un patrón a seguir, cada deportista posee sus individualidades desde el punto de vista social, en su carácter, incluso, en sus respuestas anímicas. Los éxitos del boxeo cubano no son casuales, son el resultado de la interacción del entrenamiento y de las ciencias aplicadas: pedagógicas, sicológicas, biológicas, médicas y sociales».
Por sus humildes manos de obrero pasaron, cual bella obra de orfebrería, 27 medallas de oro olímpicas y 63 en campeonatos mundiales, de ellas, 48 doradas. Pero sé que estaba inconforme, no por vanidoso, es que nunca tuvo un pronóstico ni siquiera de medalla de plata.
No era un fanático empecinado, mucho menos un altanero, pero «ante adversarios de más clase, si no te propones vencerlos, entonces jamás se crecerá el pugilista. Ya subiría con un asalto perdido», me respondió, cuando le pregunté, en el verano de 2000, si no era exagerado esos pronósticos de ganarlas todas.
Para quien fue un niño de la calle, por demás enfermo de asma; boxeador, con 87 victorias en 97 pleitos; mecánico en los talleres del Ministerio de Salud Pública; estudiante obsesivo, en busca siempre del camino hacia el objetivo que se proponía, no había imposibles.
Uno de esos vaticinios fue el de conquistar las 12 de oro en los Panamericanos de 1991. Logró la docena, aunque una fue de bronce, y de cara a la final, con 11 candidatos, sobrevino la anécdota que hemos contado otras veces.
En el cartel final de los Panamericanos de 1991 se decidía, con los puños, el primer lugar del medallero entre Cuba y Estados Unidos. Fidel, como de costumbre, quiso ver a los boxeadores, pero Sagarra se negó. «El Comandante me mandó a buscar y me preguntó por qué. No quiero que se emocionen, le dije. Me dio un abrazo, respondió que estaba de acuerdo, y que ganaría muchas medallas».
Esa noche el boxeo cubano ganó los 11 pergaminos dorados, y la Mayor de las Antillas lideró, por primera vez, a América en los Juegos continentales. Ese día, como ayer, fue un domingo de resplandor, porque Alcides cumplía sus 55 años.
Con 88 sigue invicto, porque no halla la conformidad. No me lo imaginaría en un certamen como el que acabamos de vivir en los Juegos Olímpicos de París, es sencillamente imposible, porque estaba hecho para ganar. Por eso Erislandy Álvarez, sin cálculos áureos, nos lo recordó tanto. «No tengo nada en mente que no sea ganar la presea de oro aquí en París», aseguró el Vikingo cienfueguero cuando ganó su primer combate.
Regresar a ese modelo científico, ajustarlo a las demandas de la actualidad, nos devolvería la invencibilidad del boxeo, que pasa por la organización y por el orden. Esas cualidades solo pueden habitar en un ambiente de ciencia; sin ella, no se puede conducir ningún proceso. Con ella, continuaremos escuchando: ¡El vencedor, en la esquina roja, de Cuba: el boxeo!

















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19 de agosto de 2024
05:14:00
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05:36:05
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elCerro dijo:
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19 de agosto de 2024
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