Tercera corona. Es real, pero parece alguna especie de sueño. Esperada por el pueblo, por sus fieles, sí, pero por otros, no tanto. Para qué caer en los detalles del equipo más estable de los últimos años en series nacionales, del que todavía se «piensa demasiado», antes de declararlo favorito.
Pero ahí están, otra vez en la cima del deporte nacional, otra vez levantando el trofeo de Campeones los Leñadores de Las Tunas, que sí conocen el filo de su hacha y han aprendido sabiamente a confiar en él.
Esta vez no tuvimos que esperarlos con las emociones contenidas. Esta vez los vimos ganar aquí, en su casa, y fue más dulce que nunca la victoria. Su bosque –el Mella–, anhelaba ese privilegio hace ya tiempo, desde el momento en que llegó el convencimiento de que, por dura que fuera la escalada, era posible alcanzar la cúspide, plantar allí la bandera y pisar fuerte.
Las Tunas toda fue un eco de victoria y el graderío de la casa verdirroja se extendió a los barrios, los hogares, los centros de trabajo. Hasta el gato, como dice el refranero popular, se puso de pie con el jonrón de ese muchacho, que supo blandir su hacha (bate) como cualquiera de los más experimentados.
El deporte nacional, que lo es por muchísimas razones, y lo sigue siendo, que conste, volvió a llenar de orgullo a esta tierra, de un modo que no es fácil igualar.
Hubo en esta final un verde inédito, hermoso por demás. Un verde esperado y bien recibido, que en perfecta combinación volvió a construir un espectáculo, uno limpio, sin rivalidades excesivas ni careos vergonzosos.
Grandes los Vegueros, como su historia, como la gente que los secundó hasta el último minuto y que, no tengo dudas de ello, también los recibió como triunfadores, porque lo son. Y nadie podrá negar lo emocionante que fue ver a un Pinar otra vez campeando por su respeto, como tantas veces lo ha hecho en estas lides.
El sabor de la victoria durará todavía muchos días, aunque París nos inspire, con sus míticos encantos, ahora también olímpicos. Porque en Cuba se ama la pelota, porque es lindo ver otros nombres en la cima y hay que aprender a lidiar con eso, porque de la rivalidad beisbolera nacen también fuertes lazos que nos unen, y porque, como no soy comentarista deportiva y no estoy obligada a ser imparcial, ahora mismo se me desborda el corazón de alegría leñadora, si es que ese vocablo existe.


 
                        
                        
                        
                    














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