ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Artemiseños y matanceros hospedan en su estadios la pasión de todos los cubanos. Fotos: Carlos Alvarado y Ricardo López Hevia

Peter y Newman aplaudían, hacían la ola y bailaban con la conga que los alcanzó, y con la cual terminaron arrollando. Poco a poco se contagiaban con una Cuba que vive y vibra, también en el estadio, de fiesta nacional con la disputa del título de campeón de la II Liga Élite.

Chicho, el Cocodrilo de Matanzas, y la negra de Artemisa, quienes expresan con su cuerpo el repiquetear de los tambores, incansables en sus danzas. Es arte, sí, es la amalgama cultural de un pueblo que, en torno a su patrimonio nacional, desborda su felicidad.

Niños y niñas, mujeres y hombres, jóvenes, abuelos, en un mosaico de rostros que mezcla, en una sola imagen, la euforia y la contrariedad después de un mismo momento. Puede ser un fildeo, como el deslumbrante doble play del pantano, obra de Yordan Manduley y Bárbaro Erisbel Arruebarruena, el pasado martes, para vestir de lujo a la final; o las rectas y curvas de Liván Moinelo, indescifrables hasta para bates matanceros que pasaron por la MLB o la prestigiosa pelota profesional japonesa.

Así se disfruta el play off que cerrará la Liga. El estadio es la plaza en la que se unen la gente del barrio y los estudiantes, los obreros y los administrativos. Allí reinan todos, porque hay una única jefa: la esfera blanca de costuras rojas.

Ernesto, trabajador de la construcción, y custodio en la noche, «para mejorar los ingresos», vive en Matanzas. Andaba por la banda de primera, y allí lo descubrieron sus compañeros, hinchando, por el contrario. «Cuidadito, yo soy nacido y criado en Artemisa».

Carlitos, con la camiseta de la Atenas de Cuba, la que siempre quiso vestir en el terreno, pero las dotes le llegaron para dar ponches, desde el sector del turismo, en el que comenzó desde muy joven como un simple empleado, y hoy es uno de sus cuadros sobresalientes en el principal polo del país. Él hubiera querido ser como Gracial.

Hablan igual los rostros de los peloteros y los de los mentores porque, como dijo el manager de Matanzas, son hombres, no máquinas, por grande que sean sus avales. Ellos sienten y son «presas» de las mismas emociones que se viven en las gradas y en las casas.

Crece la fidelidad y la estatura de los líderes. Son paradigmáticas las palabras del Director artemiseño, cuando sus jugadores fallaron a la defensa y su equipo de dirección erró dos veces, privándolos de la victoria en el desafío inicial del pasado martes. «Hay que darles toda la confianza, por ellos estamos aquí», dijo Yulieski González.

Pero los estadios también duermen. Después que los canadienses Peter y Newman dejaron, arrollando, el ágora yumurina del Victoria de Girón; luego de que los tambores se escuchaban a lo lejos, porque sus cueros continuaron en las calles, siempre llenas de bolas y strikes, el terreno se queda solo, bajo la noche, cual testigo de ese descanso reparador para volver a recibir las emociones de sus protagonistas.

Más al oeste, pasando La Habana, hoy despierta un estadio, que aún sin recibir a sus héroes, de sentir las pisadas puntiagudas de los spikes, ya les sonríe a quienes vienen a apoyar a sus peloteros. Al 26 de Julio, que pareciera que pasó la noche en vela, esperando, llega hoy Cuba para palpitar con el tercer partido de la final.

Aunque la pelota, a veces, nos sube la adrenalina, hasta que sobrevienen acalorados debates, muy pocos la ven sola. Hay quienes buscan a seguidores del mismo equipo, pero en un gran porciento convoca a los parciales oponentes. Pero en el terreno, también está Cuba: el regreso de los refuerzos en la Liga Élite tiene, en solo dos colectivos, por el título, a jugadores de casi toda la nación. Solo Las Tunas no tiene un jugador por la corona, y no es por carencias, sino porque el único refuerzo de cada finalista estaba claro que sería un lanzador, por la necesidad más imperiosa de este deporte.

Hoy la pelota va con su gente para Artemisa, y con ella un país por cuyas venas pasan los jonrones.

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