ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

MATANZAS.–En medio de la efervescencia beisbolera que nos traen los juegos de play off de la II Liga Élite, un gran pelotero que vistió las franelas de un equipo que se dispone a buscar otro título más, ha sacado su último out. Contrario a lo que el dolor expresa, traer al matancero, al jardinero central, al Cocodrilo, Pablo Hernández, justo hoy, es el mejor homenaje a un hombre que contrajo un matrimonio sagrado con el terreno.

Desde el ángulo del beisbolista, nada lo distinguió más que su bateo oportuno y de largo alcance. Participó en 14 series nacionales, y gracias a la potencia de sus muñecas, logró conectar 191 cuadrangulares, con 281 de promedio ofensivo. Sin embargo, era el hombre grande para el momento decisivo.

No había arrebato ni exceso de fogosidad. Era sereno, más bien introvertido, respetuoso del contrario, un pelotero con una alta expresión del valor de un competidor. Los árbitros debieron pensarlo mil veces antes de expulsarlo del diamante.

Sus temporadas más brillantes fueron las de 1977 y 1984, cuando se tituló campeón nacional con Citricultores, dirigidos por Juan Bregio, y Tomás Soto, respectivamente.

Jardinero de brazo certero y amplio deslazamiento, fue de los más destacados en la pradera central. Tuvo el incómodo privilegio de coincidir en la época de Víctor Mesa, más integral y de mayor virtuosismo en su desempeño. Por algún tiempo establecieron una rivalidad que trajo buenos dividendos deportivos para los dos. Más de una vez dijo admirar al villaclareño, y cuando lo sonsacaban con las comparaciones, se limitaba a admitir que, para él, era un honor haber sido su compañero en alguna que otra selección nacional.

Aunque apenas le había dado la vuelta a los 60, una fatal y larga enfermedad lo sorprendió en su natal Pedro Betancourt, donde se hizo pelotero y todos lo veneran. Era tan grande, que se despidió en una fecha igual a la que llegó al mundo, hace 64, el 10 de enero pasado.

Peloteros de las actuales y pasadas generaciones lo admiran por sus aportes dorados a su provincia, y le agradecen que se haya ocupado por mucho tiempo, como el más humilde trabajador de mantenimiento, en el terreno del Palmar de Junco, patrimonio de nuestro pasatiempo nacional. Pablo nació para siempre estar sobre la grama.

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