
Este 2023 es un año de gran complejidad para Cuba en el escenario deportivo. Preparar un resultado destacado en una competencia de alto rendimiento es siempre retador, máxime si ese país defiende la condición de potencia deportiva ganada tras la cristalización de una estrategia que se basa en la participación de amplios sectores de la sociedad.
En el segundo semestre el calendario tiene, en menos de seis meses, no solo una sino dos cotas a cumplir: los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Salvador y los Panamericanos de Santiago de Chile.
No son ya los tiempos en que, con relativa facilidad, la Mayor de las Antillas dominaba el medallero centrocaribeño y se anclaba en el segundo puesto en América. Pero si la época es diferente es también fruto de los aportes que ha hecho esta pequeña Isla a esas lides, al enviar a ellas lo mejor de su deporte, con lo cual se encumbraron, dado el roce competitivo con principalísimas figuras del ámbito mundial.
Tampoco se pueden desconocer los aportes de los entrenadores cubanos en muchas de las naciones de ese universo regional y continental. Como decía el Comandante en Jefe, «el hecho de que participen más naciones y las competencias sean más duras es en parte una victoria del ejemplo de Cuba».
Sin embargo, en ese cambio de correlación de fuerzas hay que poner la mirada crítica en las salidas de atletas y entrenadores, quienes han abandonado el compromiso que asumieron, Por ejemplo, en el recién finalizado Campeonato Mundial de Boxeo, 19 técnicos estuvieron en las esquinas de púgiles de otras latitudes. Es una realidad que debe reconocerse para enfrentarla y superarla, porque es hoy uno de los grandes retos del movimiento deportivo cubano.
Así como se trabaja una medalla de oro, un récord mundial u olímpico –desde la base–, hay que asumir el desafío. Al niño, al adolescente, al joven campeón hay que dotarlo de cualidades como la honestidad, la sensibilidad, la solidaridad entre compañeros, el respeto. Ellas tributan a ser una persona de bien y están en la génesis de nuestra sociedad; cuando se poseen, actitud y aptitud crecen, lo mismo ante la exigencia del adversario en la emulación pacífica que frente a quienes pretenden ver carcomida la credibilidad del movimiento deportivo, justamente, porque es una victoria de la obra social cubana. En ello, los entrenadores, que son por excelencia educadores, desempeñan el rol decisivo.
Para nada están reñidos esos atributos con las aspiraciones de honrar un contrato en una de las organizaciones foráneas en las que hay una altísima maestría deportiva, tampoco con la posibilidad de percibir por ello lo que sea capaz de ganarse en buena lid.
Este difícil año nos trae el aniversario 60 de una de las experiencias más genuinas del deporte cubano: los Juegos Nacionales Escolares. En ellos los muchachos y muchachas se entregan sin límites por la camiseta de su provincia, y es esa la principal virtud que ha de seguir cultivándose para hacer lo mismo por la de Cuba.
Allí está la cantera, la reserva estratégica para seguir retando a lo imposible, para ver la bandera de la estrella solitaria en el mástil más alto de las más exigentes competiciones. Precisamente, Osvaldo Vento, presidente del Inder, en presencia de todos los directores provinciales del sector, elogiaba la preparación de ese relevo, y exponía como ejemplo lo logrado en los pasados Juegos del ALBA, y pudiera decirse lo mismo de los I Juegos Panamericanos Juveniles.
Cuba es un país, por naturaleza, competidor, vencedor de grandes obstáculos. Su Revolución en sí misma es una campeona olímpica. Es una nación con una vasta cultura deportiva, que hay que enriquecerla todos los días desde los eslabones más importantes; el primero de ellos, la clase de Educación Física en la escuela, pasando por el deporte comunitario, el del barrio, el del consejo popular, el del municipio y el de la provincia. Si allí somos fuertes, Cuba seguirá brillando.

















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