En los formatos de muchos certámenes internacionales, como el Mundial Sub-23 de beisbol, se ha introducido la ronda de consuelo. Se busca continuar compitiendo, y que lo logrado sea fruto de esa emulación pacífica, mediante una lucha de contrarios.
Sin embargo, Brasil no encontraría consuelo si cayera en una fase como esa en el fútbol, ni tampoco Estados Unidos si le ocurriera en el baloncesto de primer nivel; igual le pasaría a la selección femenina de hockey sobre césped argentina, por citar tres ejemplos. Así le pasa a Cuba en pelota, por eso la exigencia –bienvenida siempre– de la afición, porque siente por ella.
Nadie habló de ganar el torneo del orbe Sub-23, aunque, desde la condición de país beisbolero, esa aspiración nos siga atravesando las emociones por delante de la objetividad. El equipo de la Mayor de las Antillas tenía el objetivo de superar el cuarto lugar de la pasada edición, lo que supondría una cota medallista.
A pesar de las carencias e insuficiencias que signan hoy el ámbito doméstico, la pretensión no era descabellada. Vimos al plantel poco funcional sobre el terreno en los primeros dos partidos; luego mejoró en su tercera salida, sin encontrar el camino de la victoria. Pero, cuando más se le exigía, no solo la afición, sino también la propia situación de la competencia, es decir, en el momento en que no se podía perder, mostró una actitud competitiva que sacó todo el talento que posee y que respaldaba tan cara aspiración.
Justamente ese cambio nos da la medida, o si se quiere el consuelo, de que seguimos teniendo materia prima para resultados a nivel del planeta, en esta y en cualquiera otra categoría. Entonces, ¿por qué seguimos rezagados en eventos como estos?
Porque la materia prima, aun cuando sea buena, necesita de un proceso fabril de calidad, entiéndase de una estructura que le permita jugar mucho para solidificar los fundamentos del beisbol. Estos, si bien demandan grandes esfuerzos físicos para lanzar por encima de 90 millas, correr 3,5 segundos de home a primera o dar descomunales batazos, requieren –como requisito indispensable– de un alto coeficiente intelectual, porque, si no se interpreta cada situación del partido, y este pudiera durar tres horas, no se va a ponchar ni le pegarán un jonrón, pero perderá el juego, incluso si estuvo por más de dos horas siendo superior al oponente.
Si hoy no estamos entre los seis primeros del Mundial Sub-23 es, justamente, por esa razón. Un contrario (Holanda), dominado por el pitcheo, logró, con el marcador 2-2, poner corredores en tercera y primera, con dos outs en el último inning. Había que anticipar la probabilidad del doble robo para velar al corredor adelantado, pero no se hizo. El factor sorpresa llevó a una mala interpretación, buscando el tercer out con el hombre de la inicial, y la carrera que eliminó a Cuba entró impunemente.
Poseemos la cualidad de no tener que importar esa materia prima, la producimos a borbotones, pero hay que pulirla. Este plantel, que de manera inconsolable juega la ronda de consuelo (del siete al 12), está colmado de talento y perspectivas; pero, para funcionar como equipo, necesita de ese juego colectivo, hoy muy escaso en los calendarios nacionales. Ya soplaron algunos aires a favor de incrementar la temporada de esta categoría para el próximo calendario, y, aunque está bien no consolarse con un séptimo puesto, salir a buscarlo, como si fuera el título mundial, habla también de dignidad deportiva.
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Carlos Tasset Zorzano dijo:
1
20 de octubre de 2022
01:17:55
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