Lo que hemos vivido en estos días, con la actuación de los chamaquilis menores de 15 años, en su Campeonato Mundial, es como si nos hubiéramos montado en una máquina del tiempo para ponernos delante, otra vez, de aquellos invencibles equipos Cuba de pelota. No se trata solo de las cualidades técnicas o el despliegue táctico, conducido por Alexander Urquiola, mentor al que le viene en el ADN la fórmula ganadora de su padre; es mucho más, es convicción en el terreno de juego.
Vemos a este equipo sobre la grama y nos sentimos ganadores, aunque sabemos que en el deporte nadie es infalible, pues supone una lucha de contrarios, mediante la emulación pacífica, y de los dos lados el objetivo es el mismo: vencer al oponente.
Sin embargo, aun cuando el marcador le sea adverso, como ha sucedido en varios de los partidos celebrados, se respira en la banca, en el terreno y en sus posturas en el juego, confianza en que no hay nada perdido hasta el último out. Este elenco tiene carácter y aplomo.
Será muy recordado el turno al bate de Roberto Peña, el pasado jueves ante Puerto Rico, con las bases llenas, dos outs y dos strikes en su cuenta, a uno de perder el desafío por 4-3. Entonces nos recordó la sapiencia y la maestría de Rodolfo Puente, a quien muchos consideraban –en su época– uno de los mejores bateadores en ese difícil conteo; a Lourdes Gurriel, con aquel jonrón en el Mundial de Italia; a Luis Giraldo Casanova o Agustín Marquetti, quien enloqueció al Latinoamericano en 1986; al cuadrangular de Pedro Medina, en Edmonton-1981, o a ese gigante de la lomita, Pedro Luis Lazo, que quería para él la situación más difícil del partido. Robertico prendió cohete al derecho para empatar y decidir el juego, con lo cual mantuvo el invicto de sus compañeros.
Por supuesto, que no solo con garra se ganan juegos de pelota. Si hasta este viernes –cuando al cierre de la edición se enfrentaban a Japón– los chamaquilis no conocían la derrota, es por las virtudes expuestas en cada desafío. Ellas sostienen al segundo equipo más bateador de la lid, con 358 de average, y línea bateadora de 512 de slugging, obp de 453 y ops de 965; en esos aspectos solo lo superaba Estados Unidos.
En el área de lanzadores es el segundo equipo menos castigado por los bateadores adversarios, quienes solo les promedian a los cubanos 175. Los estadounidenses marchan en la punta en este indicador, con valor de 171. El promedio de carreras limpias por encuentro es de 2,33, de los mejores de la lid, pero quinto entre los 13 concursantes, detrás del 1,40 de México, Taipéi de China (1,48), EE. UU. (2,03) y Japón (2,06)
Pero lo que hace al equipo cubano el más integral de esta cita mundialista es que su defensa es, por mucho, la mejor del certamen, con 978. Este es el aspecto más deficitario en edades tempranas, tanto que solo otro conjunto, el de Taipéi de China (973), pasa de 970, y nueve ni siquiera llegan a 940, incluyendo a los japoneses (934), y a los estadounidenses (910).
Aunque estas líneas se escriben antes del resultado frente a Japón, solo aportaremos el dato de que el pitcheo de ese elenco asiático era –hasta su choque con Cuba– el de mejor control de la justa: el más ponchador con 41 y el que menos boletos otorgaba, solo seis.
Por lo pronto, ya los chamaquilis están entre los cuatro grandes del Mundial y, pase lo que pase, le han devuelto a Cuba el orgullo y el espíritu beisbolero.

















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