La pelota en Cuba es un sentimiento nacional. Por eso se entronca con su ideal socialista, porque, como Patrimonio Cultural de la Nación que es, requiere de la participación de su gente.
Escuchaba a Óscar Nuevo, director técnico-metodológico del Inder, en la Mesa Redonda del pasado viernes, cuando expresaba que el desarrollo endógeno de nuestro deporte nacional era una responsabilidad de los municipios.
Incluso se comentaba que la pelota lleva recursos, que sin ellos es imposible avituallar a 18 peloteros para un partido y poner en condiciones el terreno.
Una y otra cosa son tan ciertas como lo reñida que está hoy nuestra Serie Nacional, para el beneplácito de los aficionados, aunque esa paridad no sea sinónimo de competitividad, pues son varias las deudas en el orden táctico y técnico.
Pero, justamente, saldarlas pasa por lo que explica Nuevo y enfatizaba también Juan Reinaldo Pérez Pardo, presidente de la Federación beisbolera: tenemos que jugar mucho en ese eslabón primario.
Recordábamos también la pasada semana, en estas mismas páginas, al Comandante en Jefe, al decir: «Revisemos cada disciplina, cada recurso humano y material que dedicamos al deporte».
En ese análisis, el municipio es piedra angular, el primer inning de la estrategia que conduce al out 27. Y como el socialismo es una obra de masa y el beisbol pasión nacional, han de converger desde cada estructura social de esa célula inicial de nuestro desarrollo.
Debemos desear que el municipio sea el campeón de la provincia o que alcance el título nacional, como Santa Clara en las pequeñas ligas, y hasta que con ese rótulo represente al país, como lo harán próximamente esos «fiñes», en el certamen caribeño.
No es una cuestión de orgullo o fanatismo, llevamos la pelota en la sangre, la vivimos y la sufrimos. Aunque no se puede reducir el país a un jonrón o a un ponche, los estados de ánimo pasan por la frase de «así está la pelota así está Cuba». No importan las carencias, el mezquino bloqueo o las todavía más sucias campañas mediáticas: cuando ganamos en la pelota, nos vemos invencibles.
Entonces el Inder, que sí es responsable de concretar los esfuerzos de los actores del territorio, entiéndase aportes estatales y no estatales, ha de encauzar, con su fuerza técnica mediante, ese anhelo del niño, lo mismo del bajito, del flaquito o del gordito, que el del fibroso y de alta estatura.
Lo que no hagamos en ese primer inning de la pelota es casi imposible resolverlo en el noveno, apremiados ante el marcador y el lanzador adversario. Si sacamos los tres outs de ese capítulo, es decir, en la base, nuestras temporadas élite, como esta 61 que vivimos, no tendrían más boletos que ponches, no habría un desbalance entre pitcheo y ofensiva, no se llenarían de errores y carreras sucias las pizarras, y estaríamos más cerca de volver a ganarnos el espacio en la élite mundial, incluso ante los profesionales.

















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