El mundo del deporte se ha sumado al criterio parcializado sobre el conflicto en Ucrania y, en consecuencia, está inyectando más dosis de rusofobia, lejos de cualquier análisis medianamente objetivo de la actual situación.
Entre las disciplinas que se han montado en el tren de la estigmatización rusa se encuentra la Federación Internacional de Voleibol (FIVB).
Por falta de disposición, llevados por la baja monetaria de las federaciones nacionales, la organización que dirige Ary Graça ha tenido que dividir los campeonatos mundiales en dos sedes, como el femenino de este año, en Holanda y Polonia, en septiembre próximo, algo que viene haciéndose hace un tiempo.
Por esa razón, la FIVB vio los cielos abiertos cuando Rusia ofreció diez ciudades de su territorio para montar la cita masculina, del 26 de agosto al 11 de septiembre. En enero de este año –porque esta guerra contra Rusia ya tiene un amplio archivo de batallas libradas en su contra– Graça aseguró que «la FIVB ha confirmado que el Mundial se celebrará en Rusia, después del reconocimiento de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) de que es legal e imposible retirar el evento de allí o trasladarlo de país».
A la negativa de ese otorgamiento se unían varios países de occidente, pues Rusia conseguía que la AMA, que había extendido su sanción por cuatro años en 2019, reconociera el certamen del orbe, concedido en 2018, y daba «la bienvenida al reconocimiento de esa agencia». Además, se consideraba lo avanzado de los intensos preparativos, que incluyen el importante gasto de recursos financieros de las diez ciudades.
Pero ahora, en un breve y parcializado comunicado, la FIVB se muestra preocupada por la escalada de la situación en Ucrania y por la seguridad a ese país, y decidió eliminar a Rusia de la organización del Mundial masculino. El ente rector del voleibol tendrá que buscar a una o más naciones para cristalizar esa lid, solo a cinco meses de la fecha prevista. Y todo esto, por seguir la corriente antirrusa, en un conflicto que no se creó en Moscú, sino por EE. UU. y la OTAN que, usando el lenguaje de la malla alta, se buscaron un rematador: Ucrania.

















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