
Podía hacer cualquier cosa en un terreno de béisbol, quizá con excepción acuclillarse detrás del plato. Era un fantástico bateador, capaz de pegarle a rectas y curvas por igual. Y cuando se encaramaba en el box era casi una perfección: tenía velocidad suficiente en su brazo de lanzar para cruzar con su recta, y mucho control en los lanzamientos de rompimiento, especialmente con la curva. En el buen sentido de la palabra, era un superdotado.
Martín Magdaleno Dihigo Llanes nació un 25 de mayo de 1905 en algún lugar que muchos ponen en duda todavía, pues unos dicen que fue en Cidra y otros que en el Central Jesús María, pero lo que sí es seguro es que fue en Matanzas. Y de allí salió en 1922 para jugar pelota, consecutivamente, por más de 25 años hasta llegar a hacerlo en sus finales en el Latinoamericano (en aquellos momentos Estadio del Cerro), en 1947.
Jugó en los campeonatos profesionales de invierno de Cuba. Debutó con El Habana, en 1922, pero después estuvo con Los leopardos de Santa Clara, y en varias oportunidades viajó a México, Venezuela y Puerto Rico. En esas naciones, su nombre se convirtió en una leyenda, estableciendo récord de pitcheo y ganando distinciones como bateador, tanto en average como en jits.
Especial atención llamó en 1938, cuando jugando en la Liga Mexicana con el equipo de Veracruz, llegó a ganar el campeonato de bateo y el de pitcheo. Madero en mano promedió 387, mientras que desde el montículo ganó 18 juegos, perdió solamente dos, promedió para 0.90 de carreras limpias y propinó 184 ponches, lo que le valió para ganar la triple corona. Eso solo bastaría para certificar su grandeza.
Buen rendimiento tuvo en todas las ligas donde participó, desde las Ligas Negras de ee. uu. hasta en las de Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua, sobresaliendo por el divino arte de su pitcheo y su excelencia como bateador.
Quién iba a decir que ese nieto de esclavos iba a encumbrarse tanto jugando a la pelota, a tal punto, que años después de su deceso, en 1987, un Comité Especial creado con el fin de analizar los méritos de quienes, vetados por el racismo, se vieron impedidos de brillar en las Grandes Ligas en ee. uu., le otorgó la honrosa distinción de ser miembro del salón de la fama de Cooperstown, donde están las placas de los peloteros considerados inmortales en este deporte.
El fallecimiento de Dihigo provocó múltiples reacciones entre diferentes personalidades de la sociedad, una de ellas fue el poeta nacional Nicolás Guillén, quien escribió su Elegía por Martín Dihigo, en la que se puede leer: «Ahí viene. / Se lo llevan. / Con la fuerte cabeza reclinada en su guante de pitcher va Dihigo».
Una destacada personalidad del béisbol, miembro del salón de la fama de Cooperstown, James «Cool-papa» Bell, respondió a una pregunta de reporteros blancos sobre quién había sido el mejor pelotero, en su opinión, de los que él había visto: «Ustedes quédense con los Ruth, los Cobb y los D`Maggio, a mí me dan a Dihigo, y de tres juegos yo les voy a ganar dos».
A raíz del fallecimiento de Martín Dihigo, el 20 de mayo 1971, el narrador deportivo Juan Antonio «Boby» Salamanca escribió en una crónica: «ya se puede morir cualquiera, ¡si se murió el inmortal!»
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