
Yaguajay, Sancti Spíritus.-Cuando ya él sabía, mejor que nadie, que Andrés Malanga ese día no le iba a sacar un out a la toletería de Caibarién, que dejarlo en el box era estirar la agonía de Yaguajay, y que lo mejor era salir corriendo a sustituirlo después de aquel bombardeo, Cándido Andrade caminó con su habitual parsimonia hasta el cajón de coach, hizo un megáfono con las dos manos alrededor de la boca y le gritó a su receptor: «José, ¿cómo tú sientes a Andrés hoy?
–No sé, Cándido, porque a mí todavía no me ha llegado la primera pelota, respondió el cátcher con una ingenuidad que transfiguró el estadio en un mar de carcajadas.
Así lo contaba el escritor y humorista Enrique Núñez Rodríguez y así lo cuenta todavía en Venegas Israel Pérez, Catanga, defensor entonces de la primera base de Yaguajay, quien jura y perjura que el hecho es tan real como la misma muerte de Cándido Andrade, único director que ganó una Serie Nacional con el equipo espirituano, «un pelotero de los pies a la cabeza, un tipo serio y la persona más noble del mundo».
Cándido no andaba desgranando sus méritos de esquina en esquina, pero se sabe que, de muy joven, aprendió a ganarse la vida en el central Narcisa, en su querido Yaguajay, «donde lo mismo abría un hueco que descargaba un camión de caña, y luego me iba a lanzar un juego».
Fue novato del año en la pelota profesional cubana con el Cienfuegos (1958-1959), jugó en ligas menores en Estados Unidos, en Centroamérica y el Caribe, militó en los Cubans Sugar Kings, de la Liga Internacional de Florida; en Pensilvania; en el Arizona-México, en la Sally League; en el Cincinnati –aunque no pudo lanzar por problemas en su brazo– y los últimos años en San Antonio, en la Liga de Texas.
«Pasé por diferentes ligas hasta la Triple A, la más alta a la que llegué, fui pitcher, tiraba duro, recta, curva y cambio, que es lo que te enseñaban, porque los scouts no aconsejaban al muchacho nuevo lo que hoy se llama el rompimiento», contó Andrade alguna vez.
«Para nosotros, los de color, no era fácil. Jalé seis meses en Savannah, Georgia, allí sí era el negro pa’lla’ y el blanco pa’ca’, no me dejaban entrar a los restaurantes, los peloteros solo nos veíamos en el terreno de pelota; estuve un tiempo también en la parte de Tennessee y allí vi lo que era el Ku Klux Klan. No se me olvida una vez que cogieron a un negro y le entraron a patadas en el piso hasta matarlo, eso lo vi yo con mis ojos», testimonió a la periodista Elsa Ramos Ramírez.
De regreso a Yaguajay, dirigió en la pelota provincial, trabajó con Catalino Ramos y Pedrito Pérez en la antigua Academia de Las Villas y luego en la de Tuinucú, hasta que se hizo de la rienda de Sancti Spíritus y también del campeonato nacional en 1979, en una serie romántica donde la gente atestaba «aquella ollita de presión» –el estadio Victoria de Girón, en la capital provincial– y luego «salía a rumbear cada victoria».
Fue un triunfo contundente, en el que Andrade se colgó de los brazos de Roberto «el Caña» Ramos y Tony Simó, y también de los bates de Antonio Muñoz, Osvaldo Oliva, Lourdes Gourriel –a la postre novato del año–, Miguel Rojas y el veterano Owen Blandino, entre otros. «Dirigir es una cuestión de tacto, hubo mucha disciplina, mucha unión en el cuerpo de dirección y unos tremendos deseos de jugar a la pelota, problemas hubo y gordos, pero cuando se gana no se ve nada, es como borrón y cuenta nueva», confesó.
Muchas de estas andanzas las condensó el escritor yaguajayense Ramón Díaz Medina en su libro Cándido Andrade López: un pelotero profesional de la Revolución, una obra imprescindible para comprender al campeón que acaba de partir a sus 86 años, y también para beber de su firmeza, de su sapiencia innata y de esa fidelidad que lo hizo regresar a Yaguajay, y llegar hasta aquí.

















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pitcher dijo:
1
21 de enero de 2021
03:49:12
Marina dijo:
2
21 de enero de 2021
22:22:53
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