Mucho cucurucho de maní y periódicos tuvo que vender en Santiago de Cuba, y también un exagerado número de zapatos limpió para poder pagarse sus estudios y llevar algo de comida a la casa. Sin embargo, pese al esfuerzo, no pudo terminar la escuela primaria, pero no se rindió. Era pobre, sí, y tenía avidez por el conocimiento. Su asma, paradójicamente, lo llevó al pugilismo, porque un preparador le dijo que el ejercicio le haría bien y él escogió el deporte de los puños. Ya en la Cuba revolucionaria, comenzó a trabajar de mecánico en el Ministerio de Salud Pública y, al caer la tarde, se iba para un gimnasio, en la calle Agua Dulce, del municipio capitalino del Cerro.
Es prácticamente invencible y, como todo ser humano, ha de tener su lado flaco, pero ese nunca lo muestra. En el boxeo, él mismo lo ha dicho, «hay que esconder el defecto poniendo sobre el cuadrilátero todas las virtudes». Por eso hoy sigue invicto en el round número 84 de una vida que ha llenado de victorias para su pueblo.
Alcides Sagarra Carón, el profesor, el entrenador, el doctor en Ciencias de la Cultura Física, el creador de la Escuela Cubana de Boxeo, el mejor entrenador del mundo, según la Asociación Internacional de ese deporte (AIBA), el amigo de Fidel, está de cumpleaños hoy.
Orfebre de 32 medallas de oro olímpicas, de 63 en campeonatos mundiales y de 64 coronas del orbe entre juveniles, ¿bastarían para homenajearlo? Nadie lo duda, pero él, que es un inconforme por naturaleza, estoy seguro de que quiere seguir ganando, es decir: que el movimiento deportivo cubano no decaiga. Entonces, si vamos a saludar esa vida, no hay mejor regalo que recordar cómo el maestro logró las emociones que vivimos con cada uno de esos triunfos.
Lo primero que hizo fue convertir en ciencia al boxeo, aun cuando al asumir, en 1964, la dirección del equipo nacional, casi acababa de completar el sexto grado, pendiente de su niñez. Promovió en su colectivo técnico una alta inquietud cognitiva, y dio el ejemplo, pues tras graduarse de Licenciado en Cultura Física, en 1992 obtuvo su título de Doctor en Ciencias.
Le escuché que «la Escuela Cubana de Boxeo es un centro de campeones, porque en ella no solo se tiran golpes, sino que se pasa por un proceso integral del conocimiento, que involucra al profesor y al atleta como una unidad. El boxeador nuestro conoce a sus rivales mediante un estudio multidisciplinario, y se conoce él mismo, en el orden biológico, técnico, táctico, físico, pero también sicológico. Luego el preparador tiene que conducir todo ese bagaje para convertirlo en medalla, porque, si bien hay un patrón a seguir, cada deportista posee sus individualidades, desde el punto de vista social, en su carácter, incluso en sus respuestas anímicas. Los éxitos del boxeo cubano no son logros casuales, son el resultado de la interacción del entrenamiento y de las ciencias aplicadas: pedagógicas, sicológicas, biológicas, médicas y otras».
Alcides siempre tuvo una máxima: «El deportista ha de saber qué representa, y esa es la razón por la cual incluimos en la preparación las ciencias humanísticas. Representar al movimiento deportivo cubano es pelear por tu bandera y, en el caso nuestro, además, por la Revolución, porque eso te hace invencible. Y la prueba está ahí, por eso nos llaman el buque insignia del deporte cubano».
Sentía un nada disimulado orgullo por los cientos de veces que Fidel lo llamaba, por su confianza en él, por las visitas del Comandante en Jefe a la finca Holvein Quesada, en el Guajay, sede de la escuela boxística, que el propio líder de la Revolución fundó. «Podía estar allí una hora, o tres, y hasta se ponía los guantes. Era el mejor amigo de los boxeadores», es una frase que el profe repite sin cesar.
Regresa a la mente una de las anécdotas que no falta en un diálogo con Sagarra. En el cartel final de los Panamericanos de 1991 se decidía con los puños el primer lugar del medallero entre Cuba y Estados Unidos. Fidel, como de costumbre, quiso ver a los boxeadores, pero Sagarra se negó. «El Comandante me mandó a buscar y me preguntó por qué. No quiero que se emocionen, le dije. Me dio un abrazo, respondió que estaba de acuerdo y que ganaría muchas medallas». Esa noche el boxeo cubano ganó 11 de los 12 títulos dorados puestos en disputa, y la Mayor de las Antillas lideró por primera vez a América en los Juegos continentales.
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