«Mi mayor acierto en la vida ha sido querer a mi pueblo». La frase es de uno de los más grandes y queridos deportistas cubanos de la historia; de un hombre de una nobleza más grande que su estatura, que su fortaleza física, y mucho más majestuosa que su temible mano derecha.
Hace hoy ocho años que el tricampeón olímpico y mundial Teófilo Stevenson se despidió de la vida para quedarse eternamente en el corazón de una Isla que él puso en lo más alto del mapa deportivo del planeta. Nacido en el batey del central Delicias, en Puerto Padre, Las Tunas, ganó en 301 de los 321 combates que celebró.
Junto a mi colega Rafael Pérez Valdés, guardo una gran experiencia, la de haber trabajado con él en una entrevista, que duró casi seis meses, para el libro Fama sin dólares (2002). Era un gran conversador, pero no le gustaba sentirse entrevistado, pues tenía animadversión a la fama.
He narrado otras veces, mas la retomo, la anécdota de su visita a España, en compañía de otro campeón, pero del periodismo, Elio Menéndez, de Juventud Rebelde. Al llegar a Madrid, los organizadores de aquella estancia le entregaron un sobre con dinero de bolsillo para sus gastos, y la primera pregunta suya fue: «¿Y el de mi compañero?» Descolocados, sus anfitriones balbucearon: «se lo entregaremos mañana». El campeón guardó el sobre en el bolsillo del cronista, y le dijo a quienes le recibían: «El que está pendiente ahora es el mío».
Para no pocos, la leyenda nació cuando alcanzó su primer título olímpico, en Munich-1972. Allí enfrentaría al estadounidense Duane Bobick, llamado la Esperanza Blanca, quien lo había vencido un año antes en los Panamericanos de Cali-1971. Le preguntamos que si le había dado con odio y respondió: «No, de hacerlo así, hubiera perdido». Consideró que empezó a ganarle el mismo día en que bajó derrotado en la justa colombiana. «De los reveses se sacan experiencias, y cuando las interpretas, al final sales ganador».
Fue un hito su amistad con el gran Muhammad Alí, monarca de los pesos pesados en el profesionalismo, incluso, tras no celebrarse el combate entre ellos, pactado para febrero de 1979. Aquel, al saber de la muerte del cubano, expresó: «Aunque nunca peleó profesionalmente, haber ganado tres medallas de oro en tres Juegos Olímpicos diferentes, garantiza que él habría sido un enemigo formidable para cualquier otro campeón de peso pesado reinante o cualquier retador en su mejor momento».
Alí estuvo marcado también por la segregación racial en su país, como el día en que quiso comer en un restaurante de Louisville, su ciudad natal en Kentucky, junto a su amigo, Ronnie King, y se negaron a servirles por negros. Decepcionado, arrojó la medalla olímpica de Roma-1960, que ganó para Estados Unidos, al río Ohio.
Desde Cuba, en la voz del General de Ejército Raúl Castro también llegó el reconocimiento al estadounidense, cuando en la vii Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), expresara: «Enviamos nuestro mensaje de condolencias y solidaridad a la familia del gran campeón de boxeo Muhammad Alí, al pueblo de Estados Unidos, en especial a la comunidad afroamericana, cuyos derechos siempre defendió, así como a toda la comunidad deportiva internacional. Nunca olvidaremos su caballerosidad y ética, su rechazo a la guerra y su defensa de la paz, su respeto y amistad con el compañero Fidel y con ese gran boxeador nacido en Cuba y caribeño que fue Teófilo Stevenson, cuyo padre nació en San Vicente y las Granadinas y nieto, por vía materna, de una sancristobaleña».
De Pirolo, como lo llamaban sus amigos, dijo Fidel: «Ningún otro boxeador amateur brilló tanto en la historia de ese deporte. Podría haber obtenido dos títulos mundiales adicionales, si no hubiese sido por deberes que los principios internacionalistas impusieron a la Revolución. Ningún dinero del mundo habría sobornado a Stevenson».

















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xavier pibernat dijo:
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11 de junio de 2020
18:04:40
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