Con un pulóver y un short a la más humilde de las usanzas, Heriberto Sarduy llegó a la cita acompañado de su padre Eliberto, el hombre a quien le dedica sus grandes triunfos en el deporte y la vida. No quiso que el encuentro fuera en otro lugar, porque las puertas de la academia de hockey de Ciego de Ávila siempre le están abiertas y el terreno le rinde reverencia a este deportista, para muchos, el mejor hockista cubano de todos los tiempos.
Cuando a la edad de siete años entró por vez primera a la cancha de la academia avileña de hockey, rodeada de tapias, cercas perimetrales donde ni el batir del aire se siente, razones por las que también la llaman «el Sahara del deporte avileño», El Yuyo no imaginó que quedaría hechizado por el deporte que ahora es parte de su vida, aunque, antes, ya había practicado tenis de mesa, su otra pasión.
Siempre quiso que su despedida fuera en el terreno de hockey, donde dejó «las tiras del pellejo», pero las autoridades lo convencieron de que fuera en el estadio José Ramón Cepero, donde unos miles le dieron las gracias, le aplaudieron y le regalaron el corazón al guerrero gigante, de apenas un metro y 68 centímetros de estatura y 54 kilogramos de peso.
«Siempre fui flaquito y pesaba muy poco, pero tenía gran fuerza interna y una rapidez felina. Esas cualidades, ayudado por la técnica que me vi obligado a dominar, me llevaron a triunfar».
Y tanto triunfó que de los 29 campeonatos nacionales —incluidos juegos escolares, juveniles y de primera categoría— en 15 obtuvo medallas de oro, en 10 resultó el líder goleador; y en 12 eventos internacionales anotó 143 goles, para un total de 459 en su vida como deportista activo, performance jamás logrado por un jugador cubano.
—Volviendo a los inicios, es evidente que tu papá influyó en ese cambio del tenis de mesa al hockey.
—¡No!, de eso nada. Él era muy amigo de mi entrenador, Oscarito Díaz, y no quiso que me cambiara, porque en su ética no está aquello de quitarle atletas a nadie. Fue mi mamá quien intercedió por mí, habló con Oscarito y no hubo obstáculo para el traslado.
—¿Por qué regresaste a la selección nacional después de varios años sin jugar, incluso, de permanecer dos en la República Bolivariana de Venezuela?
—Tenía deudas que saldar. No es fácil regresar a los 40 años. Eso implica una gran cuota de entrega, entrenamiento riguroso y la convicción de que puedes aportar al equipo. No se trataba de volver para estar en el banco, sino para batallar y alcanzar el triunfo.
«Yo hubiese debutado en los Juegos Centroamericanos de Maracaibo-1998; sin embargo, por muros que a uno le ponen en el camino, no participé. Después Cuba no asistió a San Salvador-2002 y me llaman para ir a Cartagena-2006, tampoco fue posible; en el 2010 no fuimos a Mayagüez y cuando llegó Veracruz estaba como entrenador en Venezuela, pero nunca es tarde y 20 años después se me dio la oportunidad de asistir a mis primeros Centroamericanos. Lo importante es que Cuba logró coronarse en Barranquilla. Por mi parte, hice cuanto pude y dejé el alma en cada salida.
«Doy las gracias a quienes confiaron en mí, a mi familia, al entrenador de la selección nacional, Alaín Bardají, quien fue mi compañero de selección cuando yo jugaba. Él me llamó a filas y creo no haberlo hecho quedar mal».
Bardají ha expresado a varios medios de prensa que Sarduy es un atleta que tiene una maestría muy grande y que para los Juegos Centroamericanos de Barranquilla cumplió al pie de la letra el plan de entrenamiento, que le permitió llegar en buena forma física que, incluso, le posibilitó jugar el partido completo de la final frente a México.
Sarduy, bujía inspiradora, motor y corazón del equipo donde juegue, sea con el Ciego de Ávila, que ha ganado 13 veces el título de Cuba en la primera categoría, o con la selección nacional, con la que ha participado en 12 torneos foráneos, en varios de los cuales ha sido el líder goleador o jugador más valioso.
Fuera del terreno, la sonrisa puede morderle las orejas y los dientes relucirles; dentro, es una fiera acosada, sedienta de goles o de ponerle fantasía a un pase hacia otro compañero para no desperdiciar la oportunidad de anotar goles.
Sarduy es de esta galaxia y como tal, como otros tantos en el deporte, ha sufrido decepciones, injusticias, según rememora con desgano a los 41 años de edad.
—Los muros del cual te hablaba existen. Cuando los Juegos Centroamericanos de 1998, en Maracaibo, Venezuela, casi en la escalerilla del avión me dijeron que mi pasaporte se había extraviado y no pude ir. En 1999, cuando los Panamericanos de Winnipeg, Canadá, autoridades del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación me comunicaron que no era confiable. No sé de dónde sacaron tal artimaña.
«Seguí batallando y, en el 2000, obtuvimos la medalla de oro en la Copa América, celebrada en La Habana. En ese evento anoté 14 goles, uno de ellos, en la final que nos dio la única clasificación de Cuba para un Mundial de Hockey, el efectuado en Malasia en 2002. Y, para decepción mía, de ese evento también quedé excluido por la misma razón de que yo no era confiable, pero aquí estoy y seguiré estando, listo para ayudar en lo que pueda, porque a mi Patria no la abandono».
Ahora El yuyo sigue vinculado a las canchas de hockey, junto a su padre y a Julio Gerro, según afirma, «los dos mejores entrenadores del mundo», que le allanaron el camino hacia la gloria, en un deporte al cual había mirado de soslayo.
La verdad es que yo, entre los tantos deportes, jamás me había interesado por ese juego de hombres encorvados y con palos, cayéndole atrás a una bola. Así lo veía hasta que hablé con El Yuyo Sarduy, quien por derecho propio ganó el epíteto de patriarca de los goles.
COMENTAR
Ramon dijo:
1
10 de octubre de 2019
18:27:14
alexy saez rodriguez dijo:
2
11 de octubre de 2019
08:35:13
Responder comentario