Lima.–Detenidos ante muchos de los quehaceres del ser humano sobre la tierra, comprobaremos que cuando existe una fuerte rivalidad es imposible coexistir en paz.
Sucede así en el ámbito de la competencia entre las grandes empresas, si son extremadamente poderosas peor, enfrascadas sin miramientos en dominar el mercado. Por tal de arruinar a los oponentes inventan inimaginables estratagemas para salir victoriosos a cualquier precio.
Ayer viví una experiencia diferente. De cómo es posible ver a eternos rivales compartiendo en un apretado espacio, con respeto a lo que defiende cada uno. Había muchos imbuidos en el delirio de alentar a los esgrimistas que competían en pos de las medallas, cuando sobre la plancha del evento rivalizaban canadienses, venezolanos y cubanos. Sin proponérmelo, de pronto me hallé en medio de un enjambre de gargantas gritando cada una por los suyos, en un espacio que no rebasaba los cinco metros cuadrados de una grada en extremo pequeña para la magnitud del torneo que albergaba el recinto.
Los abrigos con los nombres de cada uno de los países a los que pertenecían los «protagonistas de graderías» delataban a quiénes apoyaban y defendían, mientras un comentario o una jarana se soltaba a boca de jarro para condimentar el ambiente y, en lugar de provocar la ira, desataba una expresión de mutua solidaridad, porque por muy fuerte que resultara el concurso, todos los alentadores estaban convencidos de que la sangre no llegaría al río.
El deporte tiene esa magia contagiosa, que si por un momento eleva la presión hasta no se sabe dónde, al minuto siguiente provoca el abrazo sincero entre hombres y mujeres. Esa es su magia, la de no imponerle fronteras a la amistad…, aunque en el terreno seamos rivales.

















COMENTAR
Fernando dijo:
1
6 de agosto de 2019
09:42:33
Carlos E. Sarría Acosta dijo:
2
6 de agosto de 2019
10:38:27
Responder comentario