Temprano en la mañana estaba ya en el muelle de Luz presto para abordar la lancha que lo sacaba de su Regla natal para llevarlo a La Habana, cargado con unas cuantas libras de pan y conseguir unas monedas para ayudar al magro presupuesto familiar.
Este trabajo, unido a su estatura de 1,84 metros, le valió el sobrenombre entre los muchachos de su edad de «Pan de flauta», mote que le acompañó durante toda la vida. Eran tiempos difíciles en la Cuba de los primeros años del siglo XX. Fue en ese contexto (había nacido el 24 de septiembre de 1890) donde se desarrolló Miguel Ángel González.
El propio Miguel Ángel se refiere a esos primeros años, según relató en una entrevista que concedió a la revista Bohemia el 15 de octubre de 1971: «Quise romper con toda aquella pobreza. El juego me atraía y en el mes de mayo de 1912 apareció la oportunidad de viajar un grupo de jóvenes a Estados Unidos, entre ellos estaba Adolfo Luque. Finalizada la gira me ofrecieron jugar en el equipo Cubans Long Branch. Ese equipo necesitaba un receptor. Yo nunca había jugado esa posición, pero no podía desaprovechar la oportunidad y entre mi corpulencia física, la fortaleza de mi brazo y mi voluntad, me ayudaron a pasar la prueba. La temporada fue estupenda, bateé para 333».
La carrera de Miguel Ángel como pelotero se inició con el elenco Fe en 1910, cuando solo contaba con 20 años, aunque ya dos temporadas más tarde llamó la atención de los scouts de Grandes Ligas al terminar la gira por Estados Unidos tras la cual los Bravos de Boston le ofrecieron un contrato.
No permaneció mucho tiempo con los Bravos. En 1913 compartió su vida beisbolera entre el Habana y el Long Branch, para un año después pasar al Cincinnati y al siguiente a los Cardenales de San Luis, con los cuales permaneció por espacio de cinco temporadas antes de volver a cambiar de equipo, esta vez con los Gigantes de New York. En la gran urbe neoyorquina permaneció hasta 1921 antes de jugar un par de años en liga menor, específicamente con los Santos de Saint Paul, de la Asociación Americana, donde obtuvo un alto rendimiento al bate, con averages de 298 y 303, en ambos casos con más de 120 imparables.
Regresó a las Grandes Ligas en 1925, con los Cardenales primero y luego con los Cachorros de Chicago, con estos últimos jugó por espacio de cinco años antes de volver, en 1930, a la Asociación Americana, esta vez con el Minneapolis. Finalmente, de nuevo con el San Luis en sus dos últimos años y como jugador de Grandes Ligas antes de decir adiós en 1933 con el Columbus.
EN CUBA
Esta fue la mitad de su carrera como pelotero activo, 17 temporadas en la llamada Gran Carpa. Sin embargo, en Cuba Miguel Ángel intervino en 23 campañas como jugador y director de equipo, en las cuales compiló un promedio de 290 con 487 jits en 1 682 veces al bate, excelente para un receptor con las habilidades defensivas de Miguel Ángel, cuatro veces segundo en por ciento de cogidos robando: 50,9 en 1914; 52,1 en 1917; 52,4 en 1926, y 48,8 en 1929.
De la misma forma, en las Grandes Ligas Mike –como también lo llamaban–, promedió 253 en más de mil partidos jugados con 717 jits, considerados buenos para un hombre de esa posición netamente defensiva como es la receptoría. Fue incluido cinco veces en las votaciones para el Salón de la Fama de Coopertown y en 1956 fue exaltado al Salón de la Fama cubano.
El 17 de junio de 1924 se convirtió en el primer receptor cubano y latino en recibir un juego de cero jit, cero carreras, lanzado por Jesse Haine. También fue el primer bateador cubano y latino en participar en una Serie Mundial, en 1929, con los Cachorros de Chicago. Sentó cátedra igualmente como director de equipo, siempre con el Habana. Se alzó con el título en 13 ocasiones de las 34 que lo dirigió y en 1952 ganó con sus Leones la Serie del Caribe. Dirigió a multitud de estrellas, desde el Inmortal Martín Dihígo hasta Pedro «Perico 300» Formental, pasando por dos miembros del Salón de Cooperstown como James «Cool Papa» Bell y Jud «Jorocón» Wilson.
Sus años como jugador habían terminado, pero los Cardenales lo mantuvieron en la franquicia desde 1936 hasta 1946 como asistente y en los años 1938 y 1940 actuó como mánager interino. Primer latino en la historia en recibir semejante designación. Y en 1946, en el séptimo juego de la Serie Mundial entre San Luis y Boston durante el noveno inning, ocurrió un hecho que pasaría a la historia.
LA FAMOSA «LUZ VERDE»
Era el viernes 15 de octubre de 1946 y el Sportsman Park estaba repleto de una punta a la otra, como era lógico de esperar. Se efectuaba el séptimo y último choque de la Serie Mundial, empatada a tres victorias. Llega el noveno episodio con los Cardenales bateando, dos outs y un hombre rapidísimo en la inicial, el futuro Salón de la Fama Enos Slaugter.
El mentor del equipo local, Eddie Dyer, ordenó una jugada de squeeze play con el bateador en turno, Harry Walker, quien soltó una línea aflaisada entre los jardines izquierdo y central. Slaugter, quien había salido con el lanzamiento, dobló por segunda como un bólido en busca del tercer cojín, mientras Ted Williams recogía la pelota.
El tiro de Williams al torpedero Joe Pesky fue algo demorado y ahí aprovechó Miguel Ángel, le puso la luz verde a Slaugter para que doblara y siguiera hacia el plato. La sorpresa provocó que Pesky tirara desviado al plato y Slaugter se deslizó en home con la victoria… gracias a la «luz verde» encendida por Miguel Ángel.
Un año más tarde sus relaciones con las Grandes Ligas le permitieron convertirse en dueño del equipo Habana por espacio de 13 años hasta 1961, cuando se eliminó el profesionalismo en la Isla. Según cuenta el historiador pinareño Juan Martínez de Osaba, Miguel Ángel fue una de las figuras principales de la pelota cubana porque, además de su calidad como pelotero, supo elevar a lo más alto el deporte nacional.
Su trabajo con los Leones del Habana no fue solo en el terreno como jugador o mentor. Fue igualmente un empresario de larga visión al estilo de otro grande, Abel Linares. Consiguió elevar las ganancias y bajó al terreno a dirigirlos.
EPÍLOGO
Para Miguel Ángel el final de las campañas de invierno del béisbol profesional resultaron adversas desde el punto de vista económico como empresario. Esto no fue pretexto para abandonar el país. Por el contrario, este hombre que le dedicó prácticamente toda su vida al béisbol, se mantuvo colaborando con la Serie Nacional a pesar de las múltiples propuestas que recibió para marcharse.
En 1971, durante la reinaguración del estadio Latinoamericano, Miguel Ángel acudió en calidad de invitado y se mostró admirado por la obra. Falleció en La Habana el 19 de febrero de 1977 y será por siempre recordado como una de las glorias del béisbol cubano.

















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Miguel Angel dijo:
1
22 de marzo de 2019
05:01:54
julio avinoa dijo:
2
22 de marzo de 2019
10:19:55
sergio dijo:
3
22 de marzo de 2019
10:43:36
jORDAN dijo:
4
27 de marzo de 2019
01:47:06
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