ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

LIMA, Perú.— Las paredes se estremecen en la casa de Javier Francisco Domínguez cuando alguien anota un gol en el Estadio Nacional. Vive tan cerca del santuario del fútbol peruano que desde su ventana puede ver la bandera que ondea en lo alto de la explanada norte del parque.

«Cuando hay partido aquí es una locura. El fútbol se vive con un desenfreno que no somos capaces de imaginar», me cuenta este matancero de 48 años, quien, aunque disfruta del más universal, vive con más fervor y pasión el mundo de la lucha grecorromana.

Javier creció entre tackles y desbalances en la Atenas de Cuba, y si bien no cuajó grandes actuaciones como atleta, jamás dio la espalda a los colchones. ­Entrenador desde hace casi dos décadas, ahora es uno de los colaboradores cubanos en Perú.

«Mis primeros trabajos aquí fueron en la región Tacna, cerca de la frontera con Chile, donde estaba involucrado en el desarrollo de niños entre 12 y 15 años, una labor más de formación, distinta a la que realizo ahora con la selección nacional», recuenta el yumurino.

Su responsabilidad en el presente ha aumentado, porque en sus manos se moldean los gladiadores peruanos que defenderán los colores patrios en los Panamericanos de Lima 2019. Por ello, se esfuerza en sesiones que terminan avanzada la noche en una zona peligrosa de la ciudad.

«Prefiero no coger guaguas cuando voy al trabajo, hay mucho tráfico; y así aprovecho y hago ejercicios. A la vuelta sí regreso a la casa en algún transporte para no correr riesgos», relata.

El Coliseo Cerrado, sede de la escuadra nacional peruana de lucha greco, está enclavada en el Puente del Ejército, zona complicada por los asaltos y los robos. «Llevo cuatro meses ahí y no he tenido problemas, siempre cuidándome, como es lógico. Además, muchas veces salgo con los muchachos que conocen mejor el lugar».

Como buen cubano, Javier afronta los retos con naturalidad, disposición y valentía. Solo así puede sacar a flote a un grupo de atletas que conocen la lucha desde hace poco tiempo. «Aquí hay que empezar casi de cero, hay que inculcar la agresividad típica del deporte y los tradicionales códigos de caballerosidad.

«Normalmente en Cuba, miembros de la selección nacional ya tienen todas esas cualidades adquiridas, pero aquí no, como tampoco existe un fondo físico significativo. Para colmo, no disponemos de un gimnasio de fuerza y debemos improvisar con medios auxiliares, como las llamadas bolsas húngaras que son cámaras de camiones rellenas de arena. No es lo idóneo, pero resuelve», explica Javier, quien ya cosecha frutos, como el bronce de José Luis Magallanes (59 kg) en el reciente Panamericano de Brasil.

«La vida nuestra aquí es trabajo, trabajo y trabajo, el objetivo fundamental es hacernos sentir y que se vean los frutos». No importa cuántos goles remuevan su casa, Javier seguirá vibrando por Cuba y la lucha, fiel a su espíritu eterno de gladiador.

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