
Oscar Gil cierra los ojos y se visualiza de nuevo en el montículo. Observa en todas las direcciones y el parque Calixto García, sede de los Cachorros holguineros, es un hervidero de pasión y tensión, porque el equipo está, al mismo tiempo, muy cerca y muy lejos de conquistar su primer título en la historia del béisbol cubano.
Por una parte, se encuentran a un solo out de subir a la cúspide, pero los Gallos espirituanos, sus rivales de turno, tienen las bases llenas con el empate en tercera y uno de los mejores toleteros en turno: Frederich Cepeda. Corre una noche del 2002, y Oscar Gil, con una sangre fría ya en peligro de extinción, dibuja un arco perfecto con su curva sobre la cual Cepeda abanica al aire. Holguín es campeón.
Catorce años han pasado desde aquella noche, y Oscar Gil, uno de los tantos héroes de aquel modesto elenco, habla con timidez y sin intención alguna de robarse el protagonismo. Natural de Baracoa, en Guantánamo, el zurdo encarna al clásico guajiro cubano, hombre humilde, sencillo, entregado toda la vida al bienestar colectivo.
“Éramos de los últimos, un equipo que no tenía gran fuerza ofensiva ni una buena defensa, pero con el trabajo de los entrenadores se fue formando una novena acoplada, que se inspiró y logró avanzar y avanzar hasta el primer escaño”, recuerda Gil, quien estuvo muy cerca de ni siquiera formar parte de aquella gesta.
—¿Es cierto que no ibas a lanzar la 41 Serie Nacional?
—“Parece mentira, pero así mismo fue. Yo estaba muy desmotivado ese año, llevaba algunas temporadas con buen rendimiento y no me llamaban ni a la preselección nacional. Ya no quería jugar, estuve diez meses fuera, pero el lanzador Juan Enrique Pérez, uno de los puntales del equipo, es operado de apendicitis y entonces me piden un último esfuerzo.
“Lo dudé un poco, pero solicité una semana para prepararme, me incorporé, gané seis juegos en la etapa clasificatoria, y ya en la postemporada salvé dos juegos, incluido ese final, y nos llevamos el campeonato.”
—Desmotivación, ¿por qué?
—“Mi carrera se desarrolló fundamentalmente en los años 80 y 90, cuando la calidad del béisbol cubano era altísima. Jugaba en un equipo sotanero como Holguín, pero siempre dejé buenos números, soy uno de los lanzadores con más victorias en Series Nacionales y uno de los más ponchadores también.
“Sin embargo, nunca me llamaban siquiera a la preselección. Estoy consciente de que mi competencia era muy fuerte, porque entre los zurdos de aquella época, por solo mencionar algunos, estaban Jorge Luis Valdés, Omar Ajete o Faustino Corrales, pero tuve rendimiento para al menos ir a la preselección. Ahora lo veo como una fatalidad histórica, no le hecho la culpa a nadie, al contrario, me siento orgulloso de haber competido con jugadores tan grandes, pero en aquel momento me sentía desmotivado.”
—Pero la vida da vueltas, justo ese año te dio una oportunidad única…
—“Sin dudas, disfrutamos de una gran temporada y de un gran triunfo, la gente habla todavía en Holguín de aquella noche, creo que ha sido uno de los momentos más recordados de la pelota cubana.”
—Y tú, ¿cómo recuerdas esos últimos compases?
—“En el estadio no se escuchaba nada, ni una mosca. Yo relevé a Orelvis Ávila en el noveno y recuerdo que le di boleto a Yonelki Villaspando, un novato que se concentró y logró llenar las bases. Tocaba enfrentar a Frederich Cepeda, uno de los mejores bateadores de Cuba en aquel momento.
Trabajé con mucha inteligencia, había estudiado sus turnos anteriores y contra Pinar del Río, Faustino Corrales lo había dominado con curva. Entonces utilicé la misma táctica, era el o yo. Con dos strikes y dos bolas, lo ponché.”
El final de la historia ya lo conocemos, Cepeda no pudo descifrar el enigma y el parque Calixto García de la urbe holguinera explotó
Sin embargo, ese estuvo muy lejos de ser el epílogo en la carrera de Oscar Gil. El zurdo colgó los spikes pero no se fue de vacaciones, todavía hoy se le puede ver por el dogout de los Cachorros instruyendo a sus lanzadores y dando consejos.
“Tengo mucho que agradecer a esta provincia, me dieron la oportunidad de crecer como pitcher. Yo lancé dos años con Guantánamo, pero después me establecí en Holguín, y creo que les debo la entrega, por eso me he dedicado al trabajo con los jóvenes, su formación y la búsqueda de talentos. Nunca voy a dejar el béisbol.”

















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