La cruzada atlética de los XVII Juegos Panamericanos finalizó en Toronto, Canadá, hace tan solo unos días, pero a toda la comitiva cubana le queda el recuerdo de una urbe que, en medio del intenso ambiente competitivo, siempre tuvo un sentir especial con los deportistas de la Mayor de las Antillas.
Jugadores, médicos, entrenadores, federativos, prensa y demás miembros de la delegación vivieron con gusto el caluroso trato de la ciudad norteña, personificado en los voluntarios de la lid continental y en cientos de aficionados que vibraron en las tribunas con nuestros exponentes, incluso cuando derrotaron a un anfitrión.
Ejemplos sobran en la lista, como el caso de Nabil, hijo de palestinos que nació en Dubai y desde 1988 vive en Canadá, donde se ha asentado al frente de un negocio de venta de artículos de fútbol situado a escasos metros del Centro Deportivo de Mississauga, sede de las competencias de judo, lucha, taekwondo y kárate.
“He estado muchas veces en Cuba, en Trinidad, Las Tunas, Camagüey, Cienfuegos, me falta La Habana, pero pronto llegaré por allá, pienso que en este mismo verano”, confesó el aficionado, quien en sus viajes al archipiélago ha obsequiado indumentarias deportivas en diversos puntos.
“Siempre llevo balones, camisetas, ropa deportiva en general, porque he notado la pasión que hay por el fútbol. Al principio me sorprendió un poco, pues tenía la idea de que el béisbol predominaba”, añadió Nabilito, como le llaman los amigos de sus experiencias en el archipiélago.
Mucho aprecio también mostraron los voluntarios, desplegados por todas las instalaciones. Particularmente en Exhibition Place, sede de varios deportes y donde además se concibió el centro de prensa de los Juegos, el intercambio con los cubanos era frecuente y existió siempre el deseo de conservar para el recuerdo algún elemento distintivo de nuestro país.
Tal es el caso de Manjit, canadiense de origen indio, quien trabajó directamente en la organización y control del transporte hacia los escenarios de competencia. De unos 25 años, con el rostro cubierto por una tupida barba, el joven no oculta sus deseos de viajar a Cuba, conocer sus tradiciones, empaparse de su realidad e indagar sobre el nuevo capítulo en las relaciones con Estados Unidos, tema recurrente en cualquier conversación.
La historia se repite con Natalie, rubia de ojos muy claros, casi transparentes, contenta por el naciente proceso y por tener la oportunidad de compartir con miembros de la delegación antillana, según sus palabras, una de las más carismáticas y competitivas de los Juegos.
CUBANOS EN LAS GRADAS
Desde el mismo arranque de la cita multideportiva fue palpable la emoción con nuestros atletas de los canadienses y de millones de inmigrantes que habitan Toronto (se estima que es la ciudad del mundo con mayor índice —49 %— de personas no nacidas en el país), pero nada se compara con vibrar junto a otros cubanos que no perdieron la oportunidad de apoyar a los suyos.
En las gradas del Centro Panamericano de béisbol y softbol de Ajax President’s Choice, no faltaron cientos de banderas con la estrella solitaria, portadas por otros tantos aficionados residentes en Canadá o que viajaron desde Estados Unidos para poder observar de primera mano el desempeño de la novena caribeña.
Se corearon las victorias, los batazos de largas dimensiones, los fildeos y los ponches, pero también se sufrió la derrota en semifinales contra Estados Unidos, un partido que Cuba tenía en el bolsillo. “Lo sentimos como si fuera un juego en el Latino, te sube la presión igual, la pelota la llevamos dentro y vivir junto al equipo no se compara con nada”, reconoció Luis Andrés Rodríguez, villaclareño de visita en Canadá.
También en el Ryerson Athletic Centre, espectacular escenario del deporte ráfaga, se concentraron varios grupos de cubanos para aupar entre desmarques, tapones y canastas a las pupilas de Alberto Zabala, sólidas con un bronce muy bien ganado. Entre ellos sobresale Orly Noroña, matancero que jugó en la Liga Superior de baloncesto antes de asentarse en Toronto hace cuatro años con su familia.
“Estoy muy contento, agradecido de estar aquí, de ver las muchachas fajadas en el terreno, como yo lo hacía antes. Eso me enorgullece, y he logrado reunir una comisión de embullo con otros amigos que igual llevan mucho tiempo aquí”, expresó a Granma.
“Ver la bandera en las gradas le da fuerza al equipo. No se puede negar que somos cubanos, el mismo pueblo, y siempre llevaremos nuestro calor distintivo a cualquier lugar”, concluyó Noroña, vivo ejemplo de cómo sienten un gran número de antillanos por el deporte.


                        
                        
                        
                    














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Ihosvany Robles dijo:
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31 de julio de 2015
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Ramon dijo:
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José Miguel Rodríguez-Venegas dijo:
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