
Dice la tarja que el poblado «toma el nombre de la tuna brava que crecía en haciendas comuneras» y también que se funda en 1796. Dice que San Gerónimo es su patrono. Dice más, personas, lugares y fechas.
Y aunque todo eso parece mucho, a la vez no explica nada de lo que es Las Tunas. Para conocer una ciudad no basta con sus datos esenciales, hay que ir hasta ahí y adentrarse en las temperaturas, los colores, el rostro de la gente, las melodías, el ritmo…
Hay un Las Tunas en el imaginario del país, que la presenta pequeña, lugar de paso, sin mucho que ver; y hay un Tunas (así sin artículo) que tiene en esa sencillez por algunos preterida su mayor encanto. Una ciudad donde todo queda cerca y donde hay gente tan amable que parece de mentira.
Visitar por primera vez un lugar desconocido implica siempre conquistarlo y dejarnos conquistar. Bautizaremos con nuestra mirada. Y para siempre será el sitio tal como lo vimos y sentimos.
Por eso Tunas es para mí ya la del sol reverberante, que castiga la piel con saña tiránica; la del café con un chorrito de melao de caña, la del café a veces aguado y a veces «del bueno», pero siempre café, aunque esté tan difícil.
Tunas es la de la librera que hace su trabajo y te ofrece sus mejores títulos, e incluso te deja entrar al local polvoriento en reparación, para que veas los otros que hay: y donde encuentras a Eliseo Diego, Lina de Feria, Reina María Rodríguez y Pedro Juan Gutiérrez, todo por 67 pesos.
Es la ciudad de la barrita de coco, una cafetería que se llama Hogwarts y un hotel Ferroviario: no se ve magia pero sí se escucha el sonido estremecedor de un tren rompiendo la tarde.
Tengo un Tunas de bonsáis que quise para mi patio, de pozos con y sin agua, de una señora predicando la palabra de Dios, de un bicitaxero analista político que jura no meterse en política; y de gente pluriempleada y pluerieficiente.
Tendrá la ciudad su lado oscuro, sus maldades, como todas. Pero vistas sus luces bastan para quererla, como otros tantos que se han quedado allí, en el lugar de paso, para hacerlo su lugar de estar y de amar.
Les juro que hay un Tunas de seres enfermos de vocación y por ella bendecidos, que se leen los poemas los unos a los otros, y actúan los cuentos, y pintan las canciones, y cantan los poemas.
A veces quienes la habitan creen que no hay qué ver allí, y lo dicen, como apenados de que se defraude el entusiasmo infantil del visitante. Pero deberían enorgullecerse de eso que tienen y que no se ve, el alma.
Las Tunas tiene alma en demasía.









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