Una novela de Pierre Lemaitre, premio Goncourt, sirve de base al policíaco francés Tres días y una vida, llevado a la pantalla por Nicolas Boukhrief en 2019 y que está ambientado en un pequeño pueblo minero enclavado en la frontera entre Francia y Bélgica, entorno provinciano en el que todos se conocen y nada extraordinario suele ocurrir.
Sin embargo, el filme comienza en los momentos que tiene lugar una gran reunión con los habitantes del pueblo, a los que un oficial de la policía les comunica que se hará todo lo posible para dar con el paradero de Remy, un niño de seis años desaparecido sin dejar rastros. ¿Secuestro, muerte por accidente, acaso un asesinato? Transcurrirán pocos minutos para que el espectador sepa lo sucedido, pero los habitantes del pueblo permanecerán ajenos a la revelación, del dominio solo de un personaje, Antoine, niño de 12 años que crecerá atormentado por su silencio cómplice.
Narración y suspenso son manejados en Tres días y una vida (que se exhibirá por la televisión) desde una perspectiva contrapuesta a la de un policíaco típico, ya que la historia asume el punto de vista de Antoine, al tiempo que profundiza en sus emociones. Se comprende que detrás de este buen filme hay una excelente novela, rematada la dualidad por el hecho de que ha sido el mismo novelista el autor del guion cinematográfico, adaptación que remarca un sobrio costumbrismo conectado con la trama policíaca
El filme tiene dos horas de duración y está dividido en dos partes, de una hora cada una. La primera transcurre en 1999, y la segunda en 2011, cuando Antoine, un estudiante de Medicina a punto de graduarse, regresa a su casa natal por un pequeño tiempo y se reencuentra con Emilie, la muchachita por la que una vez perdió la cabeza y que ahora, tras una tanda de ejercitación sexual, lo deja en el vacío. Las consecuencias de ese lance, sin embargo, cambiarán los derroteros de vida trazados por el ambicioso joven.
Tres días y una vida permite apreciar el fino hilo narrativo trazado por el guionista y el director en sus intenciones de explorar una zona turbia de la existencia humana, porque si algo queda claro es que las decisiones más pensadas pueden venirse abajo por un hecho fortuito que pudiera dislocar rumbos en solo un segundo. De ahí que sea digno de aplaudir el epílogo, no poco irónico, con que concluye el filme, y que nos hace pensar que el protagonista, en lucha constante por escapar del secreto que lo acosa desde su niñez, se dirige sin remedio hacia una condena de otro tipo; más sutil, en lo absoluto jurídica, pero decididamente con un precio por pagar.
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