Monos es tan estimulante como sorpresivo, a partir de un tema no pocas veces tratado en el cine colombiano: la guerra. El alto nivel estético del filme de Alejandro Landes, sus múltiples lecturas y la visualidad que lo distingue, realzan una estilización empeñada en atrapar la ambigüedad humana de un grupo de adolescentes guerrilleros sometidos a situaciones límites.
La naturaleza selvática juega un papel primordial en estos casi niños que se entrenan y se divierten sin que sepamos qué convicciones los motivan a permanecer en las montañas. La misión de los jóvenes –cinco hombres y dos mujeres– es mantener vigilada a una prisionera extranjera empeñada en escaparse. A ratos reciben la visita de un superior que los ejercita duramente. Nada de conversaciones políticas ni de enfoques ideológicos. Los monos –que así se hace conocer el grupo– integran una galería de personalidades que gradualmente se irán revelando en medio de una trama que no está interesada en resultar explícita, porque su interés simbólico es la degradación humana.
Amor, sexo, ira, culpabilidades enmascaradas, afanes de sobresalir, abusos, traiciones, miedos. Asistiremos a una descomposición moral que hace recordar la memorable El señor de las moscas, la novela de William Golding (1954), y en especial a la versión fílmica de Peter Brook, de 1954. Fotografía, intensidad dramática, buenas actuaciones, banda sonora, Alejandro Landes apuesta por el riesgo y los momentos incómodos, huye de lo convencional del género y levanta una muy atendible fábula sobre los horrores de la guerra, al tiempo que convoca al análisis y a las interpretaciones más diversas.
Y hablando de riesgos artísticos, el guatemalteco Jayro Bustamante apela a «lo fantasmal» y al suspenso, y bien que le queda, para recontar el mito latinoamericano de La llorona y referirse a una masacre de indios cometida 30 años atrás. El punto histórico remite al general y presidente Efraín Ríos Montt quien, luego de ser condenado por genocidio, quedó absuelto gracias a manipulaciones burocráticas. El general del filme vive algo parecido y tendrá que refugiarse en su mansión mientras afuera el pueblo indígena clama por una condena. Durante la noche, los manifestantes descansan y les llega entonces su momento a los susurros de La llorona y a los muertos. Combinar realidad y ficción fantasmal es peligroso y basta un paso en falso para que todo se venga abajo. Pero Bustamante sale airoso y junto a él la vitalidad de su denuncia desde unas perspectivas creativas que se agradecen. Un filme bien actuado y con muchas sorpresas.
La vida invisible de Eurídice Gusmao es un perfecto melodrama brasileño armado con todas las de la ley en tiempo en que algunos realizadores le huyen al género por considerarlo demasiado sobado y pasto de telenovelas. El filme de Karim Aïnouz no vacila en cargar las tintas sobre el sufrimiento femenino y para ello nos trae la historia de dos hermanas en el Brasil de los años 50 del pasado siglo, Eurídice y Guida, un desempeño excelente de Carol Duarte y Julia Stockler.
Las hermanas tienen diferente carácter, pero se aman al punto de que no pueden vivir separadas. ¿Qué hace cualquier melodrama entonces? Separarlas, claro, solo que los recovecos dramáticos y fórmulas del director están tan bien mezclados que el resultado termina siendo complacencia de muchos y homenaje al género.
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M.M dijo:
1
10 de diciembre de 2019
13:39:29
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