Perfectamente filmada y actuada, con un empaque de profesionalidad indiscutible en su concepción de narración clásica, Insumisas (Fernando Pérez, Laura Cazador) pudiera tener en el guion el punto discutible de una historia verídica de la que se sabe poco y se le agrega en ficción mucho más, como corresponde a reconstrucciones históricas de esta naturaleza.
Ya se conoce que la suiza Enriqueta Faber ejerció como médico en Baracoa a principios del siglo XVIII, para lo cual tuvo que disfrazarse de hombre debido a las aprensiones de la época. También que, descubierta, fue sometida a juicio, condenada y expulsada de Cuba, tal como consta en los archivos. Lo otro es imaginación cinematográfica del conflicto, exaltada, en buena medida, gracias a las virtudes visuales del maestro Pérez Ureta.
Insumisas es una historia no solo acerca de una mujer que viene a representar ideas de progreso en medio del atraso colonial, sino igualmente en lo relacionado al enfrentamiento sanguinario que sostienen los esclavistas contra unos cimarrones que prefieren morir a seguir viviendo en la opresión.
Aspectos que, junto al conflicto amoroso que vive Enriqueta con una mujer sobre la que pesan las más diversas calumnias, cierran un nudo dramático del que –no obstante la arquitectura de buenos momentos– se esperaba una emoción cinematográfica más intensa, en el mejor sentido de la ascensión dramatúrgica.
Como suele suceder en películas con mujeres disfrazadas de hombre, la presencia varonil de la buena actriz, que sin duda es Sylvie Testud, es difícil de creerse. Ello, unido a un guion que no evita ciertos tópicos, le restan contundencia a un drama necesitado de aportes conflictuales más convincentes.
Dos actuaciones para subrayar dentro de un buen elenco en el que se destacan personajes bien construidos: Yeni Soria, como la amante de Enriqueta Faber, y Héctor Noas, como el padre de familia moviéndose, con matices, entre la sinceridad y los prejuicios de la época.
Graduada en la Escuela de cine de San Antonio de los Baños, la venezolana Patricia Ortega presenta en concurso la coproducción Venezuela-Colombia Yo, imposible, relacionada con la intersexualidad, y que permite apreciar una actuación fuera de serie de la colombiana Lucía Bedoya, personaje que desde su humildad de costurera con una madre enferma de cáncer, descubre que, si no puede hacer el amor como exigen las reglas, es porque su anatomía es diferente (lo antes conocido como hermafrodita, cuyo tejido testicular y ovárico da lugar a anomalías somáticas).
Patricia Ortega construye una película de tesis acerca de las diferencias y la necesaria comprensión de los demás, y para ello recurre a testimonios verídicos, perfectamente insertados a la trama de ficción, por cuanto iluminan la comprensión de aquellos no entendidos en la materia.
Segunda vez de la realizadora en el largometraje, que hace valorar madurez en el oficio al desarrollar un tema polémico, en el que toma partido recargando las tintas en el alegato. Una película difícil de imaginarse sin el desempeño de Lucía Bedoya, nombre a tener en cuenta en el difícil momento de repartir premios.
Los seguidores de la obra del maestro japonés Kore-Eda, de quien se ha exhibido en nuestro país casi toda su filmografía, encontraron un plato fuerte dentro de la muestra internacional con Un asunto de familia, gran premio este año del Festival de Cannes y filme en el que vuelve a demostrar que un tema puede ser tan infinito como miradas creadoras tenga su director sobre él.
Dueño de un discurso propio y coherente a lo largo de su obra fílmica, en la que su principal motivación ha sido la familia japonesa, vista mediante un análisis crítico de un modelo tradicional considerado por el cineasta rígido y patriarcal, Kore-Eda matiza ahora su mirada al construir una historia signada por el tratamiento amoroso que le da una familia, que vive de pequeños robos, a una niña desvalida y maltratada que se encuentran en la calle (y que la pasará tan bien que se negará a volver con sus padres).
Mirada abarcadora no solo en lo sentimental, sino que se extiende a un entorno de marcadas diferencias sociales a las que Kore-Eda vuelve a poner en tela de juicio sin discursos altisonantes, solo, y es más que suficiente, de lo que se desprende de su historia llena de humanidad.
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