ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Hugo Chávez y Fidel Castro, en 1994, en el Aeropuerto Internacional José Martí. Foto: Archivo de Granma

La noche del 13 de diciembre de 1994, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías descendió de la aeronave que, por unos tres días, lo traía a la Isla. «Era la primera vez que venía físicamente, porque en sueños, a Cuba había venido muchas veces», dijo luego el arañero de Sabaneta.

Bastamente se ha hablado sobre aquel primer abrazo entre el líder barinense y el Comandante en Jefe –Fidel, «el Caballo», lo esperaba en la escalerilla del avión; la conversación interminable…–; sin embargo, esa fue solo la génesis de una amistad que devendría épica revolucionaria.

Chávez había salido de prisión apenas en marzo de ese año, tras el levantamiento que había dirigido contra el Gobierno que nada tenía que ver con la voluntad y la dignidad del pueblo. No dispuesto a rendirse, tejía en su mente nuevas e infalibles formas de triunfar, que le comentó a Fidel.

Entre ellas, mencionó lo que consideraba «su mejor estrategia»: podría presentar una campaña electoral con el apoyo del pueblo y de sectores de las fuerzas armadas, de manera que llegase a la presidencia por la vía tradicional.  Los hechos le darían, después, no solo la razón, sino también la victoria.

A partir de ese momento, comenzaría un renacer de la nación sudamericana y, además, del continente, de la mano de los líderes de Venezuela y de Cuba. «Estamos en una era de despertares, de resurrecciones, de pueblos, de fuerzas y de esperanzas», había aseverado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en aquella primera visita. Y fueron, sus palabras, un vaticinio de buena ventura.

Por su parte, «Fidel descubrió en Chávez a un diamante que alcanzaría las cotas más altas en el discurso político, revolucionario e internacionalista», expresó sobre ese momento, el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler.

Las transformaciones económicas, sociales y políticas que, con el pueblo como depositario, ya vivía la Mayor de las Antillas y que, con toda fuerza comenzaba a sentir la patria bolivariana, abrieron las puertas a la integración regional, y muchos proyectos surgieron desde entonces.

Así, diez años después, en 2004, ambos Comandantes firmaron el acuerdo que daría vida al alba, una alianza que más allá de hacerle frente al alca, se concentrase en crear estructuras y vías de unión.

Tras varias décadas, los desafíos continentales siguen teniendo en ese abrazo su solución más acertada, con la solidaridad, la cooperación y el respeto a la soberanía como pilares fundamentales, para que la realidad de Nuestra América no sea distorsionada por el imperio hegemónico, que anhela convertirla en su patio trasero.

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