La noche se hizo canción en la céntrica Plaza de los Trabajadores, en Camagüey, donde la historia y la cotidianidad se funden. La figura del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, a nueve años de su partida física, no fue evocada desde la nostalgia, sino convocada desde la vitalidad de una obra que aquí, en el corazón de Camagüey, sigue creciendo.
Esta velada, organizada por el Centro Provincial de la Música y los Espectáculos y la Dirección Provincial de Cultura, fue una lección práctica de que el legado de Fidel es también cultura. Una enseñanza que recoge el mandato de que la canción es trinchera, memoria y futuro. Por eso, esta noche camagüeyana se tejió con los hilos de la canción patriótica y los acordes que han dado musicalidad a la épica de la Revolución, con voces como las del solista Andy Daniel, quien con su versión de «Hasta Siempre» y su tema «Yo soy Fidel» selló con fuerza el compromiso con el ideario fidelista. No fue un grito, sino un juramento cantado, un acto de fe colectiva en el Líder, que aún después de su partida sigue ganando batallas.
La música, en las voces de artistas como el dúo de John Márquez y Aida Montero, y la solista Danay Fernández, no solo sonó; habló. Liudmila Pardillo, acompañada por las cuerdas de Michel Hernández, evocó con maestría la hora de la dignidad salvada en Playa Girón, donde la estrategia del Comandante se hizo victoria irrevocable del pueblo.
En un diálogo íntimo entre la guitarra y la voz, John Márquez y Danay Fernández reconocieron con honestidad que el camino «no ha sido fácil», tocando la fibra del sacrificio compartido, pero solo para ennoblecer la certeza de que la lucha vale la pena. Y de inmediato, como un manifiesto, Aida Montero elevó con «Quien fuera» un canto de entrega a la causa mayor.
Fueron los jóvenes, los estudiantes del Conservatorio de Música José White con su orquesta sinfónica, quienes coronaron la velada con un símbolo de continuidad. Al interpretar «Mi historia crecerá», no ejecutaron una pieza más; firmaron con música el compromiso de su generación. Ellos, los herederos, demostraron que la sinfonía de la Revolución no tiene final.
Así, entre acordes y versos, en la Plaza de los Trabajadores de Camagüey, se demostró una verdad simple y profunda: la obra de Fidel es un árbol de raíz tan honda que su sombra -hecha de educación, salud, soberanía y arte- da cobijo a las nuevas generaciones. Mientras haya en Camagüey una canción que encienda la conciencia y un joven dispuesto a hacer crecer esta historia, el Comandante seguirá ganando batallas, entre acordes y versos.












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