Pensar en Fidel es una oportunidad para sacar fuego a las almas que la pereza venció, y que el desaliento parece haber inmovilizado. Fidel cuenta con todas las personas honradas y de bien que piensan en lo mejor para todos, y que están dispuestas a lograrlo con su trabajo.
No necesita de zanjoneros ni de traidores ni de quienes se pintan de rojo para la ocasión: la «novena» de Fidel, la «regular» –como se dice en el beisbol, en su beisbol–, tiene un pueblo de revolucionarios con el decoro que les pueda faltar o puedan haber perdido otros muchos. Y esa es la que marca el paso de la Revolución, la que la salva continuamente.
Como mismo él expresara en la prensa clandestina previa al Moncada: «La Revolución abre paso al mérito verdadero, a los que tienen valor e ideal sincero, a los que exponen el pecho descubierto y toman en la mano el estandarte».
Luego, en el año 1955, expresó: «Esta es la hora donde se prueban los verdaderos combatientes; esta es la hora útil en que los débiles, los vacilantes, los mediocres y los pobres de espíritu se quedan rezagados». Esas ideas parecen haberse escrito hoy, en esta lucha contra enemigos históricos y emergentes, de fuera y de dentro.
Por eso siempre Fidel, en sus discursos o intervenciones, tenía la brújula dirigida hacia el mismo sitio: el bien de los humildes; y consideraba que es preciso comprender que la Revolución no es el auge del lujo ni de los gastos innecesarios, ni de los privilegios de las minorías, porque su misión es trabajar para las masas, y el auge debe ser el de las masas. Y en ese sentido, no deben importarnos los cobardes, ni los vacilantes ni los pobres de espíritu, porque esos no hacen la historia… La Historia la hacen los pueblos valientes, como el pueblo de Fidel.
«La Revolución al revolucionario no ofrece privilegios; los privilegios son para los blandos. Para los revolucionarios, la historia solo tiene una cosa que ofrecer, la Patria solo tiene una cosa que ofrecer: ¡Sacrificio!¡Lucha!».
Y es que el revolucionario trabaja para el futuro sin importarle que llegue a verlo o no, convencido de que al tren de la Revolución se le quitó, desde el primer día, la marcha atrás.
Y Fidel, como en el beisbol, armó una novena con su pueblo, lista para ganar campeonatos de cualquier tipo. Por eso el triunfo en este campeonato en el que la Revolución se juega su permanencia, la victoria depende de lo que sea capaz de hacer su novena, a la cual no le podrá faltar nunca:
- Fidelidad absoluta y compromiso con el pueblo;
- jugar con el corazón por su equipo, sin preservarse exclusivamente para «contratos extranjeros»;
- sentir vergüenza –como los peloteros que lloran cuando pierden, por errores internos, un choque que parecía ganado;
- Aplicar «bancoterapia», bajar a la Liga de Desarrollo, o sacar del equipo, a los que tengan mal rendimiento;
- Y, por supuesto: separar del equipo y no convocar más a los que «firman» o aspiran a hacerlo con el más brutal de los adversarios. Para esos, aplicar el reglamento de manera estricta.
La novena de Fidel tiene principios…, nunca finales.
La novena de Fidel es el Cuba que no se rinde, aunque tenga el marcador en contra; que pone la velocidad y la creatividad en función de la ofensiva; que tiene bateadores emergentes sagaces, abridores inteligentes, o relevistas que son puros bomberos. La novena de Fidel siempre será un equipo ágil –nunca lento– que le gana bases al rival, y burla a los lanzadores contrarios –aunque se digan zurdos– y les recorre bases hasta hacerles inolvidables squeeze play.
La novena de Fidel tiene una defensa envidiable, que le arruina jonrones a su rival, incluso cuando parece que pasan de la cerca; que cubre mucho terreno en los jardines y cierra el cuadro en los momentos más tensos del partido… y por ahí no pasa nada. La novena de Fidel lleva en el uniforme el nombre de la Patria, que es lo más grande que existe… Y con eso es suficiente.
Esa novena ha ganado partidos con holgura y otros los ha sacado del «congelador». Conoce de reveses, pero nunca de derrotas. En ella tiene puesto el mundo sus ojos, porque sigue siendo una novena envidiable, que nada ni nadie ha podido doblegar.
Claro, hay que decirlo: ha contado y cuenta con un mentor irrepetible, inmenso, amigo y padre de sus jugadores, que les ha enseñado a defender, en cualquier circunstancia, la soberanía de las cuatro letras: Cuba. Por eso la novena no deberá nunca desoír a su mánager si quiere seguirse coronando.
Ese es Fidel. Nosotros, su novena.










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