ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Drácula está entre los títulos publicado en Cuba por la Editorial Arte y Literatura. Foto: Yeilén Delgado Calvo

«Había ya registrado todas las tumbas de la capilla y, como solo vimos a aquellos tres fantasmas en torno a nuestra hoguera en la noche anterior, supuse que no existían más. Luego, descubrí una tumba grande y señorial, un verdadero mausoleo enorme y de vastas proporciones. Sobre la losa solo se leía una palabra: Drácula. Esta era, pues, la mansión del rey de los vampiros, a quien tantos horrores y tantos no muertos se debían».

El fragmento, casi al final de la novela Drácula (1897), es uno más entre los muchos, estremecedores –a pesar de los años transcurridos desde que se escribieran– que ofrece el libro de Bram Stoker (Dublín, 1847- Londres, 1912).

Allí, en aquel espacio maloliente, peligroso y umbrío, junto con Abraham Van Helsing, estamos los lectores, asaeteados por la incógnita, que se instala desde la primera página y se mantiene por las casi 450 de avatares. Es este un texto subyugador y, sin duda, un clásico de la literatura universal y, en específico, de la narrativa gótica.

Aunque antes de que Stoker creara al vampiro casi bestial, pero refinado, astuto, de apariencia atemorizante y repulsiva, existían algunos antecedentes literarios del tema; fue con Drácula que surgió el arquetipo de estos seres inmortales, y que pasaron a la cultura popular. De sus pasajes vienen también muchas explicaciones sobre sus orígenes, comportamiento, y las formas de combatirlos.

Los vampiros se han transformado al pasar de los años; ahora se les incluye en libros, series y películas con una apariencia atractiva y rasgos de humanidad, algo que Stoker no sugirió para nada en su obra. No obstante, su novela está ahí, sosteniendo todo ese edificio.

En Drácula no se usa la narración en tercera persona, la historia se reconstruye a través de cartas, telegramas y diarios de varios de los personajes que protagonizan la historia; y ahí radica parte de su riqueza: hay una variedad de perspectivas que sitúan a quien lee en un papel esencial, al ir desentrañando, poco a poco, los indicios. Haber transitado ese camino, en la época en que se escribió (cuando los vampiros no estaban en el imaginario colectivo) debió ser más disfrutable aun que hoy.

Temas como la vida y la muerte («…vivir es esperar siempre algo más de lo que ya poseemos, algo más de lo que hacemos, y la muerte es lo único en lo que podemos confiar», la inmortalidad, el Bien y el Mal, la valentía, la locura y la lucidez se entrelazan en los avatares de Jonathan Harker, Mina Harker, Lucy Westenra, John Seward, Arthur Homwood, Quincey Morris y Van Helsing (que devino prototipo del cazador de vampiros, sin mucha similitud con las características originales del personaje).

El autor escribe con eficacia y una prosa ágil, si bien pueden achacársele algunos cabos sueltos, ingenuidades, y cierto machismo (explicable y esperable para su época) que lo hace decir, al referirse a Mina, «su cerebro masculino, aunque se halle albergado en la cabeza de una mujer dulce». Muchas otras expresiones de ese tipo rodean a la heroína; que, no sabremos si queriéndolo él o no, es el personaje más perspicaz, inteligente y valeroso de toda la obra.

Drácula mantiene su horror y su misterio. Leerlo es una aventura que nadie debería perderse.

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