ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Portada del libro

«Quintana era el nombre de un caserío situado alrededor de una estación de trenes. Su edificio incluía viviendas y almacenes; era una construcción fuerte de mampostería a la que se nos tenía prohibido ir, por el peligro que representaban los trenes de carga que pasaban varias veces al día».

Así comienza Yo, Publio, un texto cuya génesis puede rastrearse entre los apuntes de su propio autor, Raúl Martínez (Ciego de Ávila, 1927- La Habana, 1995): «Tendré que ponerme a escribir mis memorias. Son las 5:00 a.m. Desperté hace media hora. No he podido dormirme. Preparo un trago. Fumo».

No son estas confesiones, sin embargo, unas memorias al uso. El artista salta a veces el orden cronológico, acude a la narración literaria, no rehúye lo eminentemente poético y establece consigo mismo un diálogo desde el que termina seduciendo a quien lo lee, porque «la historia es la que es y no la que pudo haber sido. No obstante, especular abre la imaginación, despeja la mente y despierta los sentidos».

El libro, cuya segunda edición (Artecubano Ediciones, Editorial Letras Cubanas, 2008) se pudo adquirir aún durante la más reciente edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana, incluye, además, un amplio testimonio gráfico que completa la inmersión en una existencia que tuvo en la visual uno de sus signos primarios.

Tal como confiesa en la contraportada del libro Abelardo Estorino, quien fuera durante muchos años compañero de vida de Martínez: «En este intento por preservar el pasado se refleja la vida de un artista siempre insatisfecho, batallando por conseguir que sus sueños –los sueños de todos– se convirtieran en formas, líneas y colores sobre un lienzo, un muro, la cubierta de un libro o un cartel (…) Se esforzó, en un medio lleno de prejuicios, por hacer de sí mismo la perfección que aspiraba a alcanzar en su obra. En esas confesiones cuenta sus vivencias más íntimas con desgarradora franqueza…».

El creador de una obra plástica altamente reconocible y esencial dentro de la historia de esas artes en Cuba, esconde muy poco mientras lo acompañamos en el proceso de crecer, que «es ser esponja, tejido absorbente que tome de la vida y devuelva después a la vida para crecer de nuevo».

Confiesa el difícil proceso de asumir su orientación sexual, las presiones familiares, la valoración del suicidio, las dudas sobre su talento, las decepciones amorosas, las traiciones, los años de exclusión… Y todo ello lo cuenta sin asumir la posición de víctima, sin rezumar rencores, más bien con una actitud analítica y, a veces, benevolente.

Ante nosotros aparece un Raúl Martínez que amaba vivir, que no se muestra perfecto, que no teme desnudar sus malas acciones, como tampoco sus virtudes; y que creía que «no hay nada difícil ni fácil: depende de lo que uno busca, y lo importante es que se esté satisfecho con los resultados que se obtengan».

Yo, Publio es un libro absorbente, de los que cuesta soltar una vez empezados, y tras cuyo punto final se vuelve a la realidad propia con menos tolerancia a los artificios y más deseos de ser.

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