ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

La Odisea ha permeado la cultura occidental e influido decisivamente en muchos artistas. Ilustración: Obra Penélope y los pretendientes, de John William Waterhouse

 

¿Por qué la Odisea, de Homero, es un clásico? ¿Por qué se puede decir que un libro determinado lo es? No lo definen las academias ni los investigadores, tampoco las grandes editoriales y ni siquiera ciertos valores fijos. Lo que tiene un clásico es a los lectores, la capacidad de seducirlos de continuo, a través de las generaciones, diciéndoles siempre algo tan nuevo como esencial. Los clásicos sobreviven donde otros mueren.

Y la Odisea tiene esa probada capacidad. Cómo no disfrutar de la musicalidad de las palabras, de la extrema belleza del lenguaje, que perduran incluso sobre las traducciones. Cómo no sumergirse en la fuerza de la historia, repleta de los placeres y las angustias de la humanidad, esa que –a pesar de la inteligencia artificial– sigue siendo la misma desde la Grecia Antigua hasta hoy.

Amores, traiciones, muertes, esperas…, en la vida del ser humano, todo «lo que el hado y las graves Hilanderas dispusieron al hilar el hilo cuando su madre lo dio a luz», aparece en la anécdota de los 20 años que demoró Odiseo en regresar a casa, a Ítaca, luego de la guerra de Troya.

Los dioses, tan parecidos a hombres y mujeres en sus caprichos y ambiciones, aman y maldicen a Odiseo (Ulises para los romanos) y ayudan o pierden a los personajes en el trayecto hacia la consecución de sus destinos.

Telémaco, el hijo, añora la vuelta de su padre y lo busca, erigiéndose en ejemplo de afecto filial. Pero pulseando incluso con el protagonista, Penélope, la esposa sola y asediada por multitud de pretendientes, es un símbolo de perseverancia, astucia y amor conyugal, que pervive en la cultura universal.

«Y aun discurrió su espíritu este otro engaño: se puso a tejer en el palacio una gran tela sutil e interminable, y nos habló de esta forma: ¡Jóvenes, pretendientes míos! Ya que ha muerto el divinal Odiseo aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo –no sea que se me pierdan inútilmente los hilos–, a fin de que tenga sudario el héroe Laertes (…) Desde aquel instante pasaba el día labrando la gran tela, y por la noche, tan luego como se alumbraba con las antorchas, deshacía lo tejido».

En la Odisea está también la sabiduría primigenia, esa que nos recuerda que «no hay cosa más dulce que la patria y los padres, aunque se habite en una casa opulenta pero lejana, en país extraño, apartada de aquellos».

Y también que «son los hombres de vida corta: el cruel, el que procede inicuamente, consigue que todos los mortales le imprequen desventuras mientras vive y que todos lo insulten después de muerto; mas el intachable, el que procede intachablemente, alcanza una fama grandísima que sus huéspedes difunden entre todos los hombres y son muchos los que lo llaman bueno».

Como se recuerda en el prólogo de la edición de Arte y Literatura, de 1985, la Odisea es el ejemplo cuajado de la épica novelesca, y en ella «lo “maravilloso total”, la literatura como representación del mundo, se agrieta un tanto y deja ver a través de este vacío lo “nuevo maravilloso”, la literatura como representación de sí misma portando su propia realidad».

Es decir, hay maravilla en lo contado y en el modo en que se cuenta; estos cantos parecen escritos ayer y de seguro seguirán siendo leídos con estremecimiento; porque como el tapiz de Penélope, ante nuestros ojos se tejen y se destejen, manteniéndonos esperanzados, anhelantes.

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