
Para quien lee con devoción y, a la vez, desafuero, hay pocos placeres comparables al de cultivar una amistad basada en la pasión de la lectura y los valores que de ella nacen.
Debo agradecer a una buena amiga que, entre varios ejemplares, puso en mis manos Lucía Jerez y otras narraciones (Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1975), y me acercó inevitablemente a la novela de José Martí, que siempre había yo dejado para después.
En estos tiempos inciertos de pandemia, escogí esas páginas sin saber hasta qué punto me inundaría en ellas la belleza, y encontraría alivio, guiada también por las prolijas anotaciones de maestra hechas por mi amiga, a las que fui sumando otros subrayados. Marcar libros no siempre supone maltratarlos, a veces es como conversar con ellos y dejar pistas para probables regresos.
Lucía Jerez –publicada por entregas en el periódico El Latino-Americano, de Nueva York, en 1885, con el título de Amistad funesta– no es una «noveluca», como el propio Martí la calificara. Según él, no le placía el género, porque había mucho que fingir, y la escribió en siete días, tentado por la oferta de esa clase de trabajo.
No obstante la sencillez de la trama, el Apóstol pone en cada personaje y juicio del narrador tanto de sí mismo, y el lenguaje vibra tan poderoso, que la lectura se convierte en una conversación deliciosa, y percibimos la vida a través de sus ojos y sus sentimientos.
El héroe de la historia, Juan Jerez, escapa de los convencionalismos del género en la época, y destila rasgos autobiográficos. Conociendo a Martí, sabemos que habla de sí mismo, tal vez de forma inconsciente, cuando describe a su protagonista como «una de aquellas almas infelices que solo pueden hacer lo grande y amar lo puro».
La nostalgia que dejan detrás quienes mueren jóvenes, las decepciones amorosas, el sacrificio gustoso por los hijos, los peligros de las sociedades donde resulta de mal gusto ser honrado, la inconformidad de la juventud, la delicadeza de lo natural y la presencia sanadora del arte, se funden en las páginas de la novela, que en la actualidad los críticos consideran un texto fundador de la modernidad literaria en Cuba y en América Latina.
De lo espiritual («¡Son tan desventurados los que no son tiernos!»; «La bondad es la flor de la fuerza») hasta lo revolucionario («Las universidades parecen inútiles, pero de allí salen los mártires y los apóstoles»), Lucía Jerez atrapa con su prosa modernista y también renuncia a la lánguida heroína romántica y rehúye de la religiosidad.
En ella se lee que «mejora y alivia el contacto constante de lo bello» y, justamente, el alma queda renovada tras cerrar un libro donde podemos encontrar pasajes tan sublimes como este:
«¿Se vive antes de vivir? ¿O las estrellas, ganosas de hacer un viaje de recreo por la tierra, suelen por algún tiempo alojarse en un cuerpo humano? ¡Ay! Por eso duran tan poco los cuerpos en que se alojan las estrellas».









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Israel díaz Roig dijo:
1
21 de octubre de 2020
09:04:08
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