«Agitaba las manos ante la cara, nervioso, como si estuviera nadando en aquello que había llamado un mar de leche, pero cuando se le abría la boca a punto de lanzar un grito de socorro, en el último momento la mano del otro le tocó suavemente el brazo.Tranquilícese, yo lo llevaré».
¿Quién que haya vivido la pesadilla relatada por el escritor portugués José Saramago en su novela Ensayo sobre la ceguera podría olvidar la angustia vivida por aquel hombre que, frente a la luz roja del semáforo se queda completamente ciego, como si los ojos se le hubieran cubierto de una inmensa niebla?
A 25 años de publicada la célebre novela se desata en el mundo la pandemia de la Covid-19 y son muchos los lectores que por estos días rememoran esta obra, y no solo porque el pretexto artístico sea precisamente el contagio de un mal. Un grupo de averías de la sociedad contemporánea son denunciadas con magistral tino por el Nobel de Literatura y estas son bien conocidas por quienes repasaron alguna vez estas páginas inolvidables, que cuentan mucho más que la historia de la epidemia que interrumpe la visión de los personajes que le dan sustento.
Observador acucioso del mundo y sus destinos, Saramago concibe un texto en un tiempo narrativo extenso en el que los personajes enceguecen uno tras otro, experimentando, a diferencia de la oscura ceguera real, una albura abrumadora, que los llevará, tanto a los deambulantes como a los que están en cuarentena, al más antiguo de los instintos, el de preservar la vida.
«Las bolsas de plástico van mucho más ligeras de lo que vinieron, no es extraño, la vecina del primero comió también de ellas, dos veces comió, primero anoche, y hoy le dejaron también algo cuando le pidieron que se quedara con las llaves y las guardara por si aparecían los legítimos dueños, (…) y esto sin hablar del perro de las lágrimas que también comió de las bolsas (…)».
Más allá del goce de una lectura fantástica, las alertas que el autor coloca sobre el tamiz incitan a actuar. Es preciso no solo ver, sino mirar responsablemente las miserias estructuradas por la mezquindad del hombre que lo conducirán irremediablemente al caos de la especie, de no ponerles inmediato freno.
Con sabia intención Saramago priva de un nombre propio a los personajes. Así iremos familiarizándonos con denominaciones tales como el ciego, el ladrón, la vecina, el niño estrábico, la chica de las gafas oscuras… «Prefiero que el libro sea poblado por sombras de sombras, que el lector no sepa nunca de quién se trata, para que entre, de facto, en el mundo de los demás, esos a quienes no conocemos, todos nosotros», advierte el autor.
En la novela hay un personaje esencial que no pierde la vista: la mujer del médico. Ella presencia con los ojos bien abiertos la desesperación y la calamidad que se pinta indetenible y nos convida a observar más allá de lo que somos y a no sumarnos a las cegueras indolentes que muchas veces pugnan por establecerse.
La obra es un llamado a comprender que nada somos si desterramos la solidaridad, y que el amor al prójimo es el más elevado de los sentimientos humanos. Leerla por estos días de miedos, que necesariamente habrá que vencer, no puede menos que ser alumbradora.
Aunque pocos cuentan con el libro impreso, no olvidemos el formato digital. Con certeza desandar estas páginas en estos días de tensiones y dolor nos exhortarán a nombrar –o a renombrar– posturas individuales y colectivas. Cardinal será que cuando celebremos el día de la erradicación definitiva de la pandemia, hayamos conseguido ser mejores seres humanos, capaces de mirar más lejos y asumir que países y hombres estamos en el deber de armonizar conductas para que el mundo no gire alrededor del egoísmo de unos pocos.









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Claudia dijo:
1
25 de marzo de 2020
01:07:19
Angela dijo:
2
25 de marzo de 2020
09:32:31
Anaisa dijo:
3
25 de marzo de 2020
09:58:20
Anabel dijo:
4
25 de marzo de 2020
17:17:35
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