
«A la manera de un animal que despertase de su letargo, elevo un palmo mi cuerpo, en dirección a la ventana delantera, pero los cientos de conservas acumulados me impiden ver qué o quién causó la sacudida. Tras tomar aire, uno toda mi energía para conseguir llevar la vista hacia la zona donde se almacenan las latas vacías, pero tampoco alcanzo a ver nada. (…). Con la lentitud de un sapo, muevo el cuerpo hacia un extremo de la cama, y usando como bastón el palo que me permite alcanzar la comida, consigo sentarme sobre el borde. (…). La intuición me empuja hacia la entrada, pero no logro dar un solo paso; de sobra sé que son demasiados años los que llevo acostada y devorando todo lo que encuentro como para pretender ahora caminar».
Pues sí. Como mismo resulta escalofriante el fragmento con que arrancan estas líneas –tomadas del cuento Surgió con la lluvia, el primero de los que integran el libro Precipicios, del autor español Tomás Arranz Sanz–, también lo serán, no solo las que completan la historia referida, sino todas las restantes, razón por la que con absoluta coherencia se agrupan bajo semejante título.
Con sello de Arte y literatura es posible hallarlo aún en algunas librerías; de adquirirlo se iría al encuentro de 12 relatos en los que, mientras se agita la respiración del lector –dada la verosimilitud con que se narran ciertas crudezas–, se asiste a episodios donde las situaciones límites se enseñorean y ponen los pelos de punta, incluso al más descreído.
Otro de los cuentos (Dicen) concluye: «Agarrado a la pared, avanzo sin saber hacia dónde. Al apoyarme, empujo sin querer una gran puerta de hierro; pertenece al cementerio. Siento que algo o alguien me invita a entrar. Como si mis pies conociesen el camino, marginando el resto de las tumbas, me dirijo a la esquina más alejada. Una pequeña cruz de mármol indica una tumba con mi nombre».
Escenarios donde el menor soplo, lo mismo casual que tramado, pondrán al ser en el fondo del barranco, engrosan estas páginas que, si bien terminan acostumbrándonos al ambiente aterrador que se construye, también incrementan las sorpresas, orquestadas desde una imaginación acuciosa, que sabe muy bien cómo conseguir la sugestión de todo el que va a su encuentro.
Por momentos, ciertos giros argumentales ayudan a atenuar el shock, pero no es sino para arremeter con más fuerza contra el descalabro. La historia afectiva –si se intercala– aprovecha para poner el dedo en la llaga, para doler más allá de lo posible.
Animados asentirán desde las primeras páginas los amantes de estos contextos en que se toca fondo, o se describe el proceso mismo del derrumbamiento. Tal vez en algunos pasajes se reconozcan, por el poder reflector que tienen las bellas letras. Mucho mejor si, movidos por dialécticas lógicas, asumen que nada hay más allá del abismo, por lo que se impone el recomienzo, la construcción afanosa de la esperanza.
COMENTAR
Luis Tomás Melgar dijo:
1
27 de noviembre de 2019
14:44:06
Tomás Santos Arranz Sanz dijo:
2
27 de noviembre de 2019
14:47:23
Hildalien dijo:
3
30 de noviembre de 2019
12:41:27
Responder comentario