Más de cinco años han pasado desde que la Casa de las Américas dedicó su Semana de autor al escritor y periodista mexicano Juan Villoro. Una conferencia nocturna y una especie de panel bastaron para que las cosas que dijo produjeran en mí un efecto garantía, de esos que aseguran de por vida calidad y acierto en lo que de él pueda venirnos.
Una obra narrativa desplegada en más de 30 libros de cuentos, varias novelas, guiones cinematográficos, literatura para niños y una prolífera entrega de crónicas engrosan la obra de este autor, merecedor, entre muchos otros, del Premio Herralde 2004 por su novela El testigo, y en el presente año, ganador del Líber 2019, que otorga la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE).
Nunca olvido cómo fue que se convirtió en lector, atrapado por una novela que contaba una historia similar a la que vivía entonces, y sintió que el autor le dirigía la palabra; ni su modo de concebir la literatura, como un ejercicio visual hecho de imágenes «que nosotros construimos en el cerebro, a partir de un sistema de signos»; ni su criterio de que en la era digital, para muchos, los sucesos propios solo son verdad si tienen vida real en la pantalla; ni su preferencia por la literatura tradicional, la que coloca la vista en el día a día donde están las historias que deben ser contadas.
En busca de esas experiencias engullí plácidamente Espejo retrovisor, un texto de más de 300 páginas que publicó a propósito de la Semana…, en 2013, el Fondo Editorial Casa de las Américas, y que guardo, por las tantas ganancias propinadas, en el sitio de mis libros consentidos. Cuando hace poco lo vi, muerto de risa en la librería, no pude menos que quedar pasmada.
Si verdaderas joyas del arte narrativo son las piezas que integran esta antología de cuentos, no menos valioso resulta el prólogo que el propio Villoro firma. Más que adelantarnos el cotejo de los textos, el autor expone algunas consideraciones sobre la relación escritor-obra, que una vez leídas aprobamos con un sí rotundo.
«Nadie es objetivo respecto a sí mismo. Lejos del crítico que opera de acuerdo con juicios de calidad, el autor es, en el mejor de los casos, un testigo moral de sí mismo, alguien que se somete a un examen de conciencia», dice, y asegura que «un libro solo adquiere auténtica existencia al ser leído, del mismo modo en que un espejo (…) solo despierta cuando alguien se asoma a él. Esta línea sucede porque tú la miras», espeta, y frente a la evidencia nos vamos de fiesta desandando los renglones que en breve desfilan.
No son los más acabados de sus cuentos los que recoge el libro, sino los que con más frecuencia llegan a su memoria. Confianza, seguido de Forward Kioto resultan lo más reciente al tiempo de organizar la selección, que a su vez concluye con Pegaso de Neón y Espejo retrovisor, concebidos ambos hace más de 30 años. ¿El propósito del (des)orden? Disponer «los cuentos en sentido inverso a como fueron escritos para sugerir que toda lógica es retrospectiva», y mostrando, como los espejos retrovisores, lo que detrás va quedando.
«Nunca antes me había cautivado un pie, al menos no de ese modo», dice en su primera línea Confianza para desenredar una trama tan amena como sorprendente, no solo por el rumbo que toma el argumento, sino también por el uso de un lenguaje al que se le extrae el máximo provecho para fotografiar las circunstancias: «… la mujer hablaba como si yo no estuviera allí. ¿En verdad me consideraba ausente o se dirigía a mí de un modo indirecto? “Estoy ganosa” ¡La frase era una obra de arte! Nunca antes había oído una confesión semejante. Lo único que sabía de esa desconocida era su vida íntima».
De goce en goce se recorre este libro, lleno de luces y sin embargo, reclinado a lo Bécquer, en el ángulo oscuro e imperdonable de algunos salones de librerías. Sus crónicas y cuentos (también Los culpables, Mariachi, Corrección…), esperan por esos lectores que no solo saciarán sus apetitos de buen arte, sino que hallarán –estoy segura– concomitancias tales consigo mismos, similares a las que nos devuelven los más fieles espejos.
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