
Hay libros para los que una se prepara. Luego del rito de la compra, el préstamo, el regalo, o la descarga de algún sitio en internet, se llega a páginas que se ansía leer porque nos han hablado de ellas o las conocemos por múltiples referencias.
Pero hay otros textos a los que se arriba por casualidad, quedan a la mano en un día de ocio y el hallazgo deviene feliz ocasión. Pocas sensaciones hay como empezar un volumen y no poder soltarlo hasta el punto final, pues parece que quien escribe nos está contando a nosotros y nadie más.
Esa magia la tiene la historia que teje Alice Walker (1944) en la novela Ahora es el tiempo de abrir tu corazón (Editorial Arte y Literatura, Colección Orbis, 2014); traducida del inglés por Manuel García Verdecia.
Walker, que con su aclamada obra El color púrpura se convirtió en la primera escritora afronorteamericana en obtener el premio Pulitzer –1983–, y que a la par de su amplio trabajo literario ha mantenido un fuerte activismo, reúne en este libro un sinfín de preocupaciones que pueden resumirse en el célebre «conócete a ti mismo» primero, para luego poder transformar, o al menos salvar, el mundo.
La condición de relegados que comparten la mujer y los pueblos originarios, los resortes que aseguran la felicidad individual, y la relación entre la humanidad y la naturaleza, se suceden en Ahora es el tiempo… por medio de las experiencias que obtienen Kate y Yolo –artistas, intelectuales–, una pareja ya madura, en sus viajes a la Amazonía y Hawái, respectivamente.
Los periplos de ambos personajes, que también constituyen una suerte de inmersión hacia sí mismos, revelarán el dolor de las culturas que agonizan frente a la destrucción inconsciente de sus parajes y el dominio de la droga sobre sus jóvenes; el drama de las mujeres violadas por sus carceleros o por las personas que más debieron amarlas; y también la resistencia de quienes saben en el respeto y la práctica de sus tradiciones la única forma de sobrevivir.
En el epílogo, García Verdecia afirma: «El núcleo de la historia es un viejo motivo en el devenir de la humanidad, el viaje que se emprende para encontrar algo otro, el cual termina haciéndonos encontrar a nosotros mismos y despierta la necesidad de la vuelta, pero ya cambiados respecto al que partió»; y añade: «Un intelectual, un ser que busca lo esencial del ser, que desea una vida genuina, no puede ser remiso a la verdad ni a la crítica de lo que es nefasto por duro que sea».
Pasado y presente se mezclan en la anécdota, que no es panfletaria ni pretende ser abiertamente aleccionadora; el lector también tendrá que formar sus propios juicios ante los sucesos y mirarse por dentro, para hallar qué le falta en el camino del ser, justo en una realidad que nos compulsa a acumular objetos y alcanzar metas ficticias para proclamarnos exitosos, en un planeta que muere ¿lentamente?
En sus palabras al lector cubano, Alice Walker lo asegura:
«…debemos continuar insistiendo en que el mundo se hable a sí mismo a través de todos nosotros. Insistir en que escuchemos atentamente, sin temor a parecer “suaves” o “raros”, a la vez que abramos nuestros ojos, nuestras mentes y nuestros corazones».









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