ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Madeleine Sautié Rodríguez

Después de perseguir en vano algún libro del poeta Félix Contreras, supe que se presentaría en la Uneac La Habana narrada en el espejo(Ediciones Unión), de su autoría. Ya en la sala de presentación sobrevino la primera extrañeza: no es un cuaderno de poesía ni está escrito por este hombre, también musicólogo y periodista.

Viéndolo de otro modo, y sin desdecir lo anterior, hay poesía en estas páginas, si poesía es también un suceso que agita el interior y coloca al lector en postura de arrancada para reanimar emociones; y la firma del autor sería tal si aceptamos la originalidad de la idea y el resultado mismo, tras enviar a una treintena de opinantes (desde amas de casa hasta premios nacionales de literatura, ciencias sociales, artes plásticas, arquitectos de renombre, artistas, dramaturgos…) un único cuestionario que pone al inquirido frente a su verdad respecto a la capital del país donde ha nacido.

Este libro que debe por su bien buscar el lector, a juzgar por los beneplácitos que le puede proporcionar, son muchos libros a la vez. La lectura individual será el comienzo seguro de otro, puesto que no hay modo de resistirse a responder, deteniendo la lectura y buscando en lo recóndito de la experiencia personal, cada una de las preguntas concebidas por Contreras –habanamaníaco por vocación– para regalarnos este texto identidad, cuyas posibles resonancias podrían ser un medidor de la querencia hacia la urbe, y sus recomendaciones líneas de mensajes prontas a convertirse en acciones para rescatarle su lozanía.

A la pregunta de ¿Qué lugar define a La Habana?, las réplicas, en su mayoría, apuntan al Morro o al Malecón, aunque cuentan otras, cuya selección depende de la mirada propia. Las coincidencias se dejan ver también en torno al hecho histórico más relevante, cuando las voces hablan de la toma de La Habana, por los ingleses. Otros contemplan sucesos donde Fidel tuvo total protagonismo, como su entrada a La Habana; la concentración en la Plaza de la Revolución, para que el líder anunciara la muerte del Che, o cuando entró, en su caravana, a la calle San Lázaro, en 1994.

No pocos reconocen en la mujer más importante de la capital a la inolvidable Celia Sánchez Manduley, aunque otros citan a su compañera más cercana.

Alguien refiere que Isabel de Bobadilla, y se lee también que lo es Leonor Pérez.

No falta en el cuestionario el sitio mejor donde sentir La Habana, a lo que se responde casi masivamente que en Casa Blanca, donde está el Cristo; sin embargo, ciertas posturas abogan por nuevos sitios, como también varían cuando se indaga por un lugar para el amor, a lo que entre tantos espacios, una respuesta acierta poderosamente: «donde me sorprenda».

Se solicita también –entre otras sensibles cuestiones– el monumento capitalino más descollante, a lo que responden diversas visiones: la calle 23, el Coppelia, el panteón del 13 de marzo en el cementerio de Colón, la estatua de Antonio Maceo… No faltan –así en plural– los que echando mano a la metáfora, citan a Rosita Fornés, vedette de Cuba, como la más hermosa de las esculturas vivientes.

La concordia mayor tiene lugar frente a la pregunta: ¿Qué le falta a La Habana? Si ya nos lo acabamos de responder, leamos uno de los mejores modos en que en el interminable homenaje que es este libro queda dicho: «El amor de la gente por la ciudad y también el sentido de pertenencia, porque muchos llegan a esta ciudad hospitalaria y ensucian sus calles, las llenan de grafitis y rompen sus parques».

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