
«Muchos poemas llegan tarde, / por supuesto: demasiado tarde, / como una carta, enviada por un marino / que llega después de haberse ahogado». Leo estos versos de Poemas tardíos, de Margaret Atwood (Ottawa, 1939) y recuerdo que he llegado a su obra con un retraso lamentable.
Cuando, hace un par de años, le dedicaron la Feria Internacional del Libro acá en Cuba, pasé todo ese evento y varios meses después buscando de librería en librería su Antología poética (Colección Sur, 2015), sin suerte alguna.
Ahora, en esta edición de la Feria, cuando ya no lo esperaba, encontré frente a mí las 127 páginas, como una incitación al encuentro postergado. Salí de aquel local con el libro en la mano, y quiso el azar que esta vez Margaret pudiese hablarme sin demora.
Por algún embrollo mecánico, el chofer que debía recogerme se demoró más de una hora. Y yo, en un banco rodeado de vegetación que apagaba los cercanos cláxones –con una atmósfera casi loynaziana– leí cada poema con el asombro consustancial al hallazgo de lo insólito, que, creo, es siempre bello.
Otros dos grandes poetas, Nancy Morejón y Pablo Armando Fernández, realizaron la traducción del inglés al español de las obras de Atwood para esta edición bilingüe. Traducir poesía es un don, el don de saber moverse, sin caer, por una cuerda floja entre dos aguas: la fidelidad al texto original, y la necesidad de hacer versos nuevos para atrapar la idea original en un idioma con músicas diferentes.
Ellos lo lograron. Se perciben en los poemas el frío cortante, la textura esponjosa de la nieve bajo los pies, el sonido de las botas chocando contra las piedras; y también la inteligencia de una mujer que puede escudriñar el mundo y ver más allá de lo evidente.
En el prólogo, los traductores del volumen dicen: «Margaret Atwood se mira en el espejo de la naturaleza para descifrarla en un lenguaje conversacional que se sumerge no obstante, en el reino de las metáforas escoltadas por la eficacia ritual de su más pura esencia. Una espiritualidad firme desborda su mirada plural y moderna…».
Leyéndola recordé los grandes poemas de la Premio Nobel de Literatura Wisława Szymborska; Margaret recurre a la naturaleza como fuente de reflexión, de misterio, como callada prueba de que la humanidad es solo una pequeña parte de ese entramado mayor.
Así le dicen los elementos naturales al hombre: «No posees nada (…) / Nosotros nunca te pertenecimos. / Tú nunca nos encontraste. / Fue siempre al revés».
En estas páginas están el amor familiar, el apego a las pequeñas cosas, y también la inconformidad: «Una muchacha debe ser / un velo, una sombra blanca, sin sangre alguna / como una luna sobre agua; no / peligrosa; debe / permanecer en silencio y evitar / los zapatos rojos, las medias rojas, pues al bailar, / si bailas, con zapatos rojos te pueden matar».
Sin embargo, parece que Margaret no renuncia a bailar con zapatos rojos, a pesar de los peligros, y canta sus ideas: «Todo pan debe ser partido / para así compartirlo. Juntos / comemos esta tierra».
No me lamento entonces por el choque tardío con estos poemas:
«El poema limpia sobre la tierra como restos de buques hundidos (…) / Es tarde, muy tarde; / demasiado tarde para bailar. / Para aun cantar lo que podamos. / Alcemos la luz, sigamos cantando, / cantando: sin parar».Lo conocí en mi primer año de la carrera, antes de eso solo había visto sus obras desde la distancia de un niño, cuando iba de la mano de mi padre al teatro Guiñol Rabindranath Tagore. El olor que despedían los telones y el tabloncillo de esa sala de la ciudad de Remedios inundaba también aquella casa a la que accedí, con 19 años, para entrevistar a Fidel Galbán Ramírez, ese remediano de adopción que vivía una especie de refugio en su propia casa, entre la creación, la poesía y el silencio.
Ese mismo olor, que él comparaba con el aire entre las hojas de los árboles, lo describía Fidel en las innumerables conversaciones que desde entonces sosteníamos, como si fuésemos hermanos de toda la vida. Uno a veces halla puntos de encuentro con cualquier persona, pero no con cualquiera se tiene la sensación de ese conocimiento eterno. Platón diría que es una anagnórisis, un paso hacia el autoconocimiento, que a través del diálogo nos muestra las vidas anteriores.
Fidel, o el Fide como le decimos, era un místico, y esa parte de su vida es aún desconocida incluso para los más allegados. No sé por qué me escogió para contarme acerca de los encuentros con lo que él llamaba «lo insólito», algo que a veces era un ser y otras una situación, pero que siempre mostraban un paisaje revelador e invisible de la vida presente y futura. Según me dijo Fide, ese ente fue quien le dictó al oído una de las obras y puestas en escena más famosas en el teatro para niños, El gato simple. Esa misma voz lo despertó una noche y le hizo ver literalmente un poema vivo, el mismo que luego Fide llevó al papel.
Lo «insólito» se hizo más presente en su vida a medida que pasaban los años y pasó de ser una sombra al acompañamiento; primero Fide pensó que se trataba de una voz de otro mundo y luego –me confesó– se dio cuenta de que se trataba de una de las encarnaciones del bien y en particular, de Dios. Y sí, en las últimas décadas de su vida, Galbán se entregó a la comunión divina, al misticismo más sano y sincero, ese que reivindicaba el lado revolucionario del Nazareno.
El proceso de encuentro con Fidel Galbán fue también un autoconocimiento, porque de entrada me hizo replantearme muchas de las ideas que se tienen a los 19 años. Aunque mi interés era en un inicio la literatura, me di cuenta de que no se concibe la creación sin vivirla, sin ser uno mismo un ser creado. Y también, de manera técnica, aprendí a valorar el arte del teatro desde lo que Fidel llamaba «resonancias», o sea, esas ideas que generan una sinergia entre presente, pasado y futuro.
Y esa era la filosofía: el hombre debe ver el mundo con sus ojos, pero dará los suyos para que otro pueda contemplar la maravilla de la creación. En su obra El viaje de Tin, un muñeco hecho por un esclavo haitiano debe salir en busca de semillas para los ojos de sus hermanos muñecos, ya que el fabricante está muy enfermo y no puede hacer dicho trayecto. El héroe, encarnado por el entonces niño actor Fidel Galbán del Vals, marcó la historia de las tablas cubanas en diferentes festivales. En varios episodios que califican como aventuras, la obra nos muestra diferentes posturas ante dicha filosofía del conocimiento, desde el egoísmo hasta la indiferencia.
En ese recorrido creativo, lo que prima es el respeto por la criatura creada, que no niega el carácter científico y único de cada ser, sino que reafirma esa identidad a partir de una mística propia, poco abordada desde el teatro para niños. De hecho, fue el Fide quien nos enseñó a muchos que la dramaturgia infanto-juvenil no es una ñoñería, sino la manera más exigente de crear. «El niño no tiene piedad, se trata del mejor crítico y el más sincero, si dice que una pieza es un asco, pues no hay nada que hacer», recuerdo que me decía Fide, cuando algún crítico intentó invalidar una obra suya.
Desde el año 2009 Fidel Galbán Ramírez se fue de viaje con lo «insólito», muchos aún pasamos por su casa y creemos que sigue viviendo allí, aunque su esposa también se haya mudado con los hijos a otro país. De aquella mística queda el teatro Guiñol de Remedios, que luego del huracán Irma es una sala inexistente, con miles de historias sepultadas en polvo, pedazos de madera, destrozos.
En uno de sus viajes, Fide fue hacia el pasado colonial de Remedios, recorrió la plaza y se encontró con varias figuras del esplendor de la ciudad. Acordó enterrar detrás de la casona donde hoy está el Guiñol, una señal de su viaje. Eso él me lo contó, también que nunca fue a revisar el enterramiento y que me dejaba la responsabilidad de verificarlo. Hasta la fecha no me he atrevido a hacerlo.
Ese es solo uno de tantos episodios en la vida del Fide que se parecen al teatro. Ahora mismo, la antología de sus obras completas, que él recopiló y están inéditas, descansa en un archivo de mi laptop personal. No sé si el teatro cubano me pedirá ese tesoro algún día, a veces abro una pieza teatral y casi parece un poema vivo, tal y como lo vio el Fide hace años.









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Me encanta Barbara Eden dijo:
1
29 de marzo de 2019
11:52:13
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